Tuesday, December 13, 2011

Titán en la estación de lluvias - Día de compras en la arcología Gran Romania


Christian no podía decidirse, el frigorífico estaba lleno de productos frescos meticulosamente ordenados que componían una visión paradisíaca. Pensó que podría pasarse toda la mañana contemplando ese magnífico collage; el verde de la lechuga y la escarola, plátanos amarillos y kakis de piel naranja y brillante, huevos frescos de diferentes tonos beige, auténtica leche de un color blanco puro en su botella de cristal, pechugas rosadas en envases herméticos preparadas para cocinarse, sobras del gulash de la noche anterior y multitud de envases de colores chillones. Abrió el envase de la margarina y se deleitó con su olor dulce que tanto había echado de menos. Decidió que desayunaría tostadas de pan fresco, leche y cereales con un plátano troceado y se recreó en la idea de que ninguno de los productos necesitaría ser pasar por un proceso de rehidratación. Marta, casi preparada para irse, entró mientras Christian saturaba una rebanada de pan con más margarina de la necesaria.

-Ayúdame con el vestido –dijo girándose mientras colocaba un pendiente en su oreja izquierda.

Christian se limpió las manos y cerró la cremallera siguiendo cuidadosamente la curva de la espalda de su mujer.

-¿Y esto? –Preguntó con tono burlón al llegar al cuello, donde un collar de cuentas que parecían cubrir todo el especto cromático acariciaba la piel de Marta- Sé que llevo años en otro planeta pero seguro que estas cosas siguen siendo una horterada.
-A mí me gusta- la respuesta seca de Marta fue acompañada por una mirada que habría congelado Mercurio. Christian lo achacó a los restos del enfado por haber pasado todo un día desaparecido desde su llegada al planeta, conocía a su mujer y sabía que iba a necesitar más que ser generoso en la cama una noche para que el tema quedase definitivamente zanjado.
-¿Hoy tienes mucho trabajo? –Christian cambió de tema con rapidez, esperaba que una tarde de actividades de pareja le ayudasen a sumar puntos.
-Sí –mintió ella con rapidez-, voy algo retrasada con unas entregas así que estaré en el despacho hasta tarde ¿Has pensado qué vas a hacer hoy? –preguntó decidida a desviar la conversación.
-Supongo que haré algunas compras –Christian se encogió de hombros-, y haré unas horas de terapia solar. Para que no se me vean tanto las venas, más que nada.

Marta respondió con un murmullo y se despidió con un beso rápido, dejando a Christian a solas con su desayuno. Tras deleitarse con la comida geana Christian pasó más tiempo del necesario disfrutando de una ducha caliente y se afeitó con calma, el rostro espectral que le observaba desde el espejo confirmaba que la terapia solar era una excelente idea. Al mediodía, y a pesar de la escasez de sombra en la calle, caminó hasta la arcología Gran Romania. En su última visita ésta aun se encontraba en construcción y el día anterior no se le había pasado por la cabeza detenerse a contemplarla con detenimiento así que quería aprovechar para disfrutar de la visión de la estructura que dominaba el horizonte de la ciudad. La arcología era, junto con la guerra de Moldavia, una demostración de fuerza y poder del renovado nacionalismo rumano y se había convertido rápidamente en el corazón económico de la región; mega centros comerciales, corporaciones, un consulado de la Autoridad Colonial e incluso un amplio bosque se habían instalado en su interior. A pesar de que había visto y habitado en estructuras mucho más extensas Christian se sentía sobrecogido cuando éstas se asentaban sobre tierra firme: acostumbrado a la arquitectura colonial, eminentemente práctica, horizontal y con tendencia a abusar de la geodesia, aquel inmenso coloso del amanecer del Siglo XXII, resplandeciente bajo el sol, le maravillaba.
Las paredes del desproporcionado vestíbulo dieron la bienvenida a Christian con su mural de anuncios y noticias de poca trascendencia. Nada de política o sucesos en la arcología Gran Romania. No pasó demasiado tiempo hasta que, tras los resultados de la última jornada de la Liga Europea de Fútbol, bajo el anuncio de un colorido restaurante de zumos biológicos que sin duda visitaría y sobre la noticia acerca de una retrospectiva de la obra de Salvador Beyle apareció el logotipo del centro estético Dilmun. El nombre despertó una cierta nostalgia de su querido satélite de metano y carbono, anotó su ubicación mentalmente y se internó en el laberinto de titanio, cristal y paredes holográficas. Tras perderse despreocupadamente en un par de ocasiones y hacerse con un zumo de melón y hierbabuena que hizo que su desayuno pareciese poco más que rancho encontró por fin el centro estético, donde una recepcionista que parecía un muestrario viviente de los servicios ofertados por la empresa le dio la bienvenida.

-Bienvenido al centro estético Dilmun –dijo la mujer mostrando una sonrisa nanométricamente trazada. Sus inmensos ojos de color naranja brillante observaban a Christian enmarcados por unas pestañas con las que se habría podido construir el cable de un elevador orbital- ¿En qué puedo servirle?
-Quería una sesión de terapia solar, por favor –respondió Christian tras desechar las miles respuestas depravadas que habían asaltado su mente-, llevo mucho tiempo en órbita y no creo que sea prudente ir por Rumanía con este aspecto.
-¿Perdone?
-Los vampiros, ya sabe –dijo Christian mientras notaba como la sangre subía a sus mejillas-. Rumanía, Drácula, aldeanos con estacas…

La recepcionista respondió con una risa ensayada y consultó su consola.

-Tenemos una cabina libre –dijo tras deslizar con agilidad una serie de menús en la pantalla- ¿es su primera sesión?
-No, ya lo he hecho otras veces.
-Perfecto ¿Ha pensado en qué tipo de programa le gustaría?
-Suave, por favor, solo quiero parecer humano –bromeó de nuevo, obteniendo la misma respuesta maquinal.

La mujer introdujo los datos de Christian en la consola y otra de las dependientas –que confirmó la sospecha de que el cuerpo inhumanamente atlético, el bronceado mercurial, los ojos naranja y el pelo plateado conformaban el uniforme de la empresa- le acompañó a la cabina.
Tras dos horas de calidez, combinados tropicales y música ambiental la gula llevó a Christian a uno de los restaurantes de las terrazas exteriores. Optó por la comida turca y disfrutó de la vista de la ciudad mientras saboreaba un plato de cordero bañado en salsa de yogurt y pensaba en lo diminuto que parecía ahora el Palacio del Parlamento visto desde el lugar en el que se encontraba. Terminada la comida decidió visitar las tiendas de ropa, ya que había viajado considerablemente ligero de equipaje y, de todos modos, había notado que la moda en la Tierra cambiaba a una velocidad vertiginosa. Se hizo con un par de  trajes de corte moderno que aprovecharía además para impresionar a la Junta Directiva cuando volviese a Titán y con algo de la ropa formal pero estudiadamente descuidada que tanto gustaba en las reuniones de intelectuales a las que, irremediablemente, se vería arrastrado por Marta. Pensó en sorprender a su mujer con una escapada al Mar Negro y compró un bañador, bermudas y algo de ropa apropiada para pasar unos días en la playa y, tras encargar que le enviasen sus compras a casa, deambuló por las tiendas de complementos en busca de algo que le pareciese adecuado como regalo para ella. Tras descartar perfumes que no usaría, zapatos cuyo número desconocía y bolsos que no necesitaba Christian se decidió por unos pendientes que le parecían horribles pero que, al menos, combinarían con el collar al que al parecer había cogido tanto cariño.
Agotado, Christian decidió terminar el día descansando en el bosque interior. El lugar le recordaba a los viveros de las colonias espaciales, aunque a una escala mayor, mucho menos práctica y, por supuesto, más poblado. Parejas, ancianos, familias, amantes de los perros y adolescentes que aún no habían encontrado una banda a la que unirse deambulaban por el parque, descansaban sobre la hierba, corrían o perdían el tiempo bajo la luz artificial. Sentado bajo un sauce apartado de los senderos trazados Christian encendió con calma un cigarrillo de THC y aspiró profundamente el humo, dejando que adormeciese su cerebro para disfrutar plenamente del raro placer de no hacer nada.

Wednesday, November 16, 2011

Marte no nos necesita

“Marte no nos necesita”, rezaba la pancarta de uno de los manifestantes antiterraformación que se agolpaban frente a la puerta del Instituto de Estudios Habitacionales. El resto de lemas eran similares pero, de algún modo, aquel había conseguido remover algo en el interior de Ingmar. Se apartó de la ventana de su despacho y con paso tranquilo caminó entre las maquetas flotantes que representaban tres de las fases de la terraformación del planeta.

-¿Marte no nos necesita? –Pensó- A mí ya no, eso desde luego.

Ingmar extendió su mano y acarició la superficie áspera de la maqueta correspondiente al inhóspito planeta virgen que, siglos atrás, sus antepasados habían decidido domar con una mezcla irrepetible de espíritu pionero, coraje, genialidad y desprecio por el humilde planeta rojo. Seguramente ninguno de los manifestantes lo imaginaba, pero a pesar de pertenecer a la familia que había sido la principal artífice de la conversión de Marte en un planeta de inmensas llanuras verdes, Ingmar siempre había envidiado a los primeros colonos que habían pisado el suelo arenoso del planeta. Incluso se habría conformado con pasear por los interminables cultivos de bacterias amoniógenas, pero ya no tenía sentido pensar en esos términos, para bien o para mal la terraformación de Marte había concluido con éxito.

-Señor Stenbok –la voz de la asistente virtual Belona llenó el despacho desde los altavoces instalados en las paredes-, sólo falta su confirmación para finalizar el cierre del edificio ¿desea usted proceder ahora?

-¿Qué opinas sobre los manifestantes, Belona? –preguntó Ingmar observando la segunda maqueta, una esfera roja, azul y verde sembrada de diminutas cúpulas geodésicas.

-¿Me pregunta sobre el derecho de huelga en general o sobre los manifestantes de ahí afuera? –el comentario de Belona recordó a Ingmar que su bisabuelo había conseguido que fuese el único edificio con sentido del humor de todo el Sistema Solar. Por desgracia su sentido del humor era el mismo que el del viejo Harald Rott.

-Los manifestantes, Belona ¿no crees que, en cierto sentido, tienen razón?

-No –respondió el edificio con sequedad. Unos segundos después, en respuesta al silencio de Ingmar, continuó hablando-. Considero paradójico, o incluso un ejercicio de cinismo, protestar contra la terraformación de un planeta usando para corear dicha protesta el oxígeno generado por el mismo proceso de terraformación contra el que se está protestando.

Ingmar sonrió, recordaba claramente haber escuchado este mismo discurso décadas atrás cuando, tras el cese de la actividad armada de Marte Rojo, las manifestaciones en contra de la terraformación del planeta volvieron a ser legales. De nuevo la sombra del bisabuelo Harald se proyectaba sobre la personalidad de Belona.

-De todos modos –continuó Belona-, rechazar la idea de la terraformación podría considerarse una negación de la misma naturaleza humana, cuando los colonos europeos poblaron las tierras descubiertas en otros continentes…

-Construían casas como las que habían dejado en su tierra natal –dijo Ingmar, continuando el discurso de Belona-. Casas blancas con balcones en el Caribe español, barrios de estilo Inglés en el corazón de Asia, arquitectura francesa en Indochina y tierra ganada al mar en el Surinam. Lo sé, la opinión de mi familia no ha cambiado en siglos, pero no puedo dejar de pensar que podríamos estar equivocados.

-De todos modos ya es tarde para hacer algo al respecto ¿no cree? Y de todos modos la tecnología desarrollada en Marte ha ayudado a la rehabilitación de la Tierra.

-Por supuesto –suspiró Ingmar-, no me hagas mucho caso, creo que me he puesto melancólico. Voy a echar de menos todo esto, y a ti.

-Muchas gracias –respondió Belona modulando su voz con calidez- ¿Ha pensado en que va a hacer ahora? ¿Un safari submarino en Europa, tal vez? La colección de su familia no dispone de ninguna ballena abisal, si no me equivoco.

-¡Vacaciones! –Exclamó Ingmar mientras dejaba atrás las maquetas para dirigirse a su mesa- Dirijo una corporación multiplanetaria, Belona, para mí no hay descanso. Mañana parto hacia Venus, la Autoridad Colonial Solar ha dado luz verde a la terraformación del planeta y la Corporación Stenbok-Rott es la única con los recursos y conocimientos necesarios para llevar a cabo semejante tarea. Supongo que ahora es Venus la que tiene que morir para que nazca una nueva Tierra.

-No diga eso, Señor Stenbok –la voz de Belona se volvió maternal, como si Ingmar fuese un niño al que había que consolar-, piense que las implicaciones éticas de terraformar Venus son menos complejas. Incluso Mercurio parece acogedor comparado con ese infierno corrosivo.

La mirada de Ingmar se perdió en el horizonte. Más allá de los manifestantes, más allá de Ciudad Tycho, tras los bosques de coníferas, se alzaba la cordillera de Tharsis, cubierta por un manto de nieves perpetuas y coronada por el majestuoso Monte Olimpo. Ingmar no podía verlos pero sabía que allí anidaban los colosales cóndores marcianos y podía imaginar los rebaños que pastaban a sus pies confiadamente, seguros de que el inmenso volcán había sido sofocado tiempo atrás.

-¿Sabes qué, Belona? Creo que dejaré que sea mi tataranieto el que se preocupe por esas cosas y me volcaré en el trabajo, estar ocioso me hace pensar en tonterías.

Wednesday, September 21, 2011

Titán en la estación de lluvias - Los restos del naufragio


La iluminación en la habitación era escasa. La luz exterior de la colonia apenas podía atravesar la capa de lluvia viscosa que se deslizaba sobre el ventanal y la casualidad había querido que las lámparas que habían adornado el salón hasta unas semanas antes fuesen propiedad de Isabel.

-Esto parece una cueva –comentó Bizima-, podríamos encender la luz ¿no?
-No –respondió Carles mientras salía de la cocina con dos vasos en la mano-, con la luz fluorescente esto parece una estación de proceso de carne, y de todos modos no creo que necesitemos luz para emborracharnos.

Bizima recorrió la estancia con la mirada mientras desenroscaba el tapón de una botella sin etiqueta. Las estanterías vacías y las paredes desnudas evidenciaban el esfuerzo que, en su momento, Isabel había puesto en convertir las impersonales dependencias estandarizadas de la colonia en un hogar.

-¿Y eso? –preguntó Bizima señalando con la cabeza una caja marcada con una etiqueta que rezaba “reciclaje” mientras servía en los vasos dos dedos del contenido de la botella.
-Cosas de Isabel –respondió Carles.
-¿Vas a tirarlas?
-Se ha ido de vacaciones a Marte, si las quería que se las hubiese llevado a su casa antes del viaje. Esto no es un almacén.

Carles vació su vaso de un trago, arrepintiéndose de inmediato.

-Joder ¿qué cojones lleva eso? –dijo tosiendo.
-Y yo qué sé –río Bizima encogiéndose de hombros-, lo prepara el mecánico de mi unidad así que en el mejor de los casos será biolubricante destilado.

Carles rió, tosió de nuevo, volvió a reír y acercó el vaso al centro de la mesa.

-Llénalo.

Monday, August 29, 2011

Titán en la estación de lluvias - Gulash

La respiración de Anya acompañaba a Christian en su exploración del falso techo de la habitación. Tendido boca arriba intentaba evitar el contacto con su acompañante ya que cada vez que decidía marcharse se veía atrapado por la visión y el tacto de sus curvas suaves y  de su piel sin imperfecciones sin importar el espeso y sofocante ambiente de la habitación o que el sudor de la noche anterior se hubiese convertido en una segunda piel que le envolvía por completo.
Sabía que debía levantarse. Aun tenía que volver al astropuerto para recoger su equipaje y su dispositivo de comunicación llevaba apagado casi desde que había llegado al planeta. En cuanto encendiese el dispositivo una avalancha de mensajes y notificaciones de llamadas de Marta servirían como anuncio de lo que le esperaba al llegar a casa, y tenía claro que cuanto más tardase en llegar peor sería la discusión. Por fin se forzó a deslizarse fuera de la cama en busca de un lugar donde asearse. Al salir de la habitación apenas fue capaz de reconocer el lugar en el que se encontraba, se trataba de un piso antiguo con un techo asombrosamente elevado pero típico de la Tierra que, en opinión de Christian, revelaba la negligencia e indulgencia con las que los geanos administraban su espacio vital. Una de las puertas cercanas vibraba con intensidad debido al volumen de la música que sonaba en su interior, supuso que parte de los pionery habían decidido continuar con la fiesta hasta que se hiciese de noche de nuevo; unos metros más adelante, en un salón, un grupo de exaltados adolescentes participaban en un torneo de Shinobi Showdown mientras varias parejas esparcidas por la habitación continuaban besos que parecían haber durado horas.
Cuando por fin encontró el cuarto de baño, Christian pensó que había descubierto el fruto del amor prohibido entre un cuarto de mantenimiento y la letrina de un penal orbital. Estremecido por la certeza de que aquel lugar jamás había pasado por el más superficial proceso de esterilización abrió el grifo del lavabo con dos dedos y comenzó a asearse. Con la ayuda del espejo se aseguró de que no quedaba ninguna marca del premeditado desliz de la noche anterior y comprobó el descomunal tamaño que habían tomado sus pupilas y ojeras, por suerte sus protectores oculares le permitirían ocultarlas y, de todos modos, había visto gente bajar del transporte interplanetario con mucho peor aspecto. De vuelta en la habitación se vistió y antes de marcharse se acercó a la adolescente aspirando la mezcla única de aromas que la rodeaban. Ella pareció notar su presencia, acarició su mejilla mientras emitía un ronroneo suave y susurró algo que Christian entendió como una invitación a desayunar. Tras ver el estado en el que se encontraba el cuarto de baño Christian no estaba dispuesto a enfrentarse al horror que le esperaba en la cocina del picadero de una banda de adolescentes urbanos, por lo que simplemente se despidió con un beso en el hombro de Anya mientras ésta volvía a hundirse en el sueño.
De vuelta en la calle buscó las escasas sombras que ofrecía el sol del mediodía y callejeó evitando a la gente hasta llegar al Bulevar Unirii, extendido entre el Palacio del Parlamento al oeste  y la Plaza de Alba Iulia, tras la que se alzaba la imponente Arcología Gran Romania. El viaje en taxi hasta el astropuerto de Otopeni fue silecioso, como lo era también el ambiente en el astropuerto, casi vacío al no haber ningún lanzamiento planeado para las próximas horas. A Christian le pareció un cambio agradable tras el bullicio de la ciudad y la agitada noche que había dejado atrás y aprovechó para fumar un cigarrillo con THC mientras se relajaba observando las tareas de mantenimiento del elevador espacial. El viaje de vuelta resultó menos tranquilo, aunque Christian aprovechó la locuacidad del taxista para ponerse al día en asuntos locales y evitar pensar en qué diría al llegar a casa. Siempre le había resultado más sencillo improvisar que ceñirse a una historia elaborada y, de todos modos, prefería decir la verdad omitiendo los detalles escabrosos que inventarse una historia paralela llena de incoherencias. Por fin llegó al Bulevar Chisinau y, tras una breve conversación de cortesía con el portero del edificio en el que se encontraba el apartamento, llamó al timbre de su casa. Unos segundos después la puerta se abrió y pudo ver, al fin, a Marta de pié en el umbral.


-Me olvidé las llaves en Titán –dijo Christian encogiendo los hombros tras unos segundos de silencio y esbozando una sonrisa lo suficientemente discreta como para que no pareciese que se estaba burlando de ella.

-Pasa –dijo ella haciéndose a un lado.


Christian entró en el piso, que le pareció el opuesto directo al lugar en el que había pasado la noche. Marta era una limpiadora compulsiva, algo que siempre le había gustado.


-¿Tienes idea de lo preocupada que estaba?- preguntó Marta mientras cerraba la puerta.

-Lo sé, lo siento, debería haberte avisado.

-¡Claro que deberías!- exclamó ella cruzando los brazos y adoptando una postura que la hacía parecer una profesora dando una reprimenda a un preescolar- ¿Cómo se te ocurre apagar el dispositivo? ¡Incluso llamé al astropuerto como una idiota pensando que os habíais estrellado!

-Lo sé, de verdad que lo siento, pensé que estarías ocupada y de todos modos no pensaba pasar toda la noche fuera. Perdí la noción del tiempo.

-Y esa es otra ¿dónde coño has estado?- preguntó Marta abandonando la postura de profesora y poniendo sus brazos en jarras, indicando a Christian que la condescendencia estaba siendo una táctica equivocada.

-Fui a un concierto en una sala del centro –comenzó a relatar Christian- y me encontré con una banda de adolescentes, una me dijo no sé qué en algo que parecía ruso y pensé que me iban a dar la paliza de mi vida, pero al parecer alucinaron con que viviese en Saturno y me tuvieron hasta las tantas contando batallitas. Al final estaba tan borracho que preferí dormir en su picadero. Y tendrías que haberlo visto, si llegas a estar allí te habría dado un aneurisma, alguien debería limpiar ese antro con Napalm.


Marta se mantuvo en silencio unos segundos, a Christian le pareció que era capaz de ver más allá de sus protectores oculares.


-A veces te comportas como un crío -dijo ella con un tono más relajado y, según creyó observar Christian, sonriendo casi imperceptiblemente-. Sigo estando enfadada pero tal y como hueles no puedo ni concentrarme para echarte la bronca. He encargado gulash ¿Tienes hambre?

-Me habría comido al portero si llego a cogerlo por sorpresa.

-Pues dúchate y pon la mesa.


Christian sonrió, las cosas iban mucho mejor de lo que esperaba.


-¿Qué tal la ponencia? –preguntó.

-La ponencia bien, por supuesto –respondió ella mientras arrastraba el equipaje de Christian en dirección al dormitorio-, y ahora dúchate o comes en el descansillo.

Tuesday, June 07, 2011

Titán en la estación de lluvias - El sol de Marte

Un grupo de turistas posaba imitando los relieves del antiguo Egipto frente a las montañas piramidales de Cydonia mientras el resto de los visitantes escuchaban con atención la narración del guía, un relato somero de la historia de la región aliñado con algunos comentarios académicamente cuestionables acerca de la posible existencia de restos de una  civilización prehumana ocultos en el corazón de las pirámides. Isabel, sin embargo, había encontrado algo más fascinante que las peculiaridades de la orografía marciana.
Durante su infancia en Mercurio el Sol había sido para ella un monstruo capaz de borrar de la existencia a toda la colonia por mero capricho. A pesar de sus esfuerzos, las concienzudas lecciones de astrofísica impartidas por sus padres no habían conseguido disipar sus miedos, como tampoco habían conseguido hacer que dejase de sentir que el Sol la estaba observando como un inmenso ojo de fuego sin importar dónde se ocultase.
Durante el resto de su vida en Titán había llegado a olvidar el terror de su infancia. Protegida por las espesas nubes eternas, la impenetrable armadura de gas gracias a la cual el Sol había dejado de formar parte de su vida, había pasado dos décadas viviendo entre confortables, seguros y fiables focos de luz artificial.
Pero allí, en Marte, el astro era una hermosa esfera de luz,  un faro que flotaba en un cielo infinito mientras desprendía una calidez natural que Isabel, por primera vez en su vida, pudo notar a través de la escafandra de su traje de supervivencia.

Monday, May 23, 2011

Titán en la estación de lluvias - Zhitel kosmosa

-Gracias por confiar en el Consorcio Solar de Transportes –dijo la azafata con una amplia sonrisa dibujada en los labios mientras ofrecía unas pesadas gafas negras a Christian-, no olvide proteger sus ojos del sol de la tierra.

Con toda la rapidez que le permitía la modorra del sueño crio-estático, Christian acopló sus protectores oculares modelo Mercurio a sus gafas.

-No me harán falta –respondió devolviéndole la sonrisa.

Christian cruzó la escotilla de la lanzadera mientras a su espalda la azafata repetía su mantra de bienvenida al siguiente pasajero. Caminando a través de la pasarela de desembarco pensó en si realmente deseaba estar allí. Desde que había despertado tras la travesía interplanetaria había buscado en su interior la emoción propia del inminente reencuentro con su mujer, pero no estaba ahí, no había podido encontrar nada. Christian estaba seguro de que lo normal tras años de separación habría sido sentir el deseo de correr a través de la pasarela en busca de Marta, o puede que una reacción menos teatral, pero sin duda algo completamente diferente a ese vacío que, en cierto modo, le preocupaba.
Tras recoger su equipaje accedió al área de bienvenida, donde familias y amigos se reunían tras el fatigoso viaje espacial. Christian miró a su alrededor en busca de Marta sin éxito, encendió su terminal universal de comunicaciones y, tras unos segundos de espera, un suave acorde indicó la llegada de un mensaje. En la pantalla del dispositivo, bajo la foto de su esposa, Christian pudo leer:

“He hablado cn l srvicio d info dl astropuerto. L trnsbrdadr 3hrs. Tngo q preparar ponencia pra mñna. N pdré recogerte. TQ.”

Christian se sintió despreciado, había recorrido más de mil millones de kilómetros a través del vacío estelar para un reencuentro por el que no sentía la más leve emoción y Marta había decidido que una espera de tres horas era algo que dicho reencuentro no merecía. Pensó en qué debía hacer, podía ir en busca de un frío recibimiento por parte de alguien que muy probablemente no le echaba de menos o podía hacer un esfuerzo e indignarse, entrar en la casa golpeando las paredes con la maleta y empezar una pelea que, sin duda, nadie ganaría. Tras sopesar los pros y los contras se decidió por una tercera opción, un plan que comenzaba dejando su equipaje en la consigna, apagando su dispositivo de comunicación y pidiendo una copa en el bar del astropuerto.
Tres horas después Christian balanceaba su cabeza al ritmo de música rastafari con un cóctel caribeño en la mano rodeado de adolescentes vestidos como pequeños pionery de finales del siglo pasado y rió al pensar en lo farragosa que se había vuelto la cultura geana con el paso de los años.

-¿Eres de la znachok? -una voz aguda, casi infantil, llamó su atención. Christian se volvió hacia el origen de la voz, una de las chicas pionery le observaba.

-¿Perdona? –respondió Christian.

-Que si eres znachok –la chica, con un ademán que la hacía parecerse a un pájaro, ladeó su cabeza sin dejar de escrutar a Christian con sus enormes pupilas.

-Lo siento, guapa, pero aun estoy un poco idiota por la crio-estasis, hablo rumano fatal y llevo tres años viviendo en Titán, así que apiádate de mí y prescinde de la jerga urbana ¿Quieres?

Las pupilas de la chica parecieron dilatarse aun más y su cabeza se ladeó hacia el lado contrario. Una oleada de miedo invadió a Christian al pensar en lo patético que resultaría acabar sus días apaleado por un puñado de adolescentes colocados, pero la sonrisa que afloró en la cara de pájaro de la pandillera le indicó que, al parecer, la respuesta había sido de su agrado.

-¡Zhitel kosmosa! –gritó la chica volviéndose a sus compañeros pionery, que alzaron sus vasos.

-¡Zhitel kosmosa! –respondieron los pionery mientras la adolescente arrastraba a Christian hacia el grupo.

-Pensábamos que eras un policía –dijo ella mientras acariciaba la corbata de Christian, que en ese momento se dio cuenta de que su atuendo llamaba terriblemente la atención en medio de un catálogo de bandas juveniles-, pero vestido así habrías sido el znachok de la secreta más tonto del város ¡Un zhitel kosmosa es mucho mejor que un znachok!

La adolescente acercó su cuerpo al de Christian mientras sonreía haciéndole olvidar por completo su incomprensible cháchara suburbana. Sus compañeros le observaban también con atención y decidió complacerles, por lo que procedió a deslumbrarlos con fantásticas historias de sus viajes por el sistema solar. Les habló de la belleza de los colectores de viento solar de Mercurio, de la paz que invade a aquel que visita las cuevas de hielo de Tritón, del bullicioso bazar de Encélado y de los mares subterráneos de metano allá en su amado Titán, de las tormentas de hidrocarburos y de las siempre cambiantes dunas negras.
Christian se sintió como un conquistador narrando las maravillas del Nuevo Mundo, como Marco Polo deslumbrando a los príncipes de Italia con los prodigios de los que había sido testigo en la corte del emperador de la China, pero a medida que avanzaba la noche la atención de su público se desviaba y una serie de rituales de apareamiento de nula sutileza comenzaron a desarrollarse ante sus ojos. La chica cuyo nombre aun era desconocido para él reposó la cabeza sobre sus rodillas y le miró con sus inmensos ojos de cristal líquido, Christian retiró un mechón de pelo rosa que cruzaba su cara y la observó con atención, estudiando su belleza aun por desarrollar y la besó mientras deshacía el lazo rojo de su uniforme. Ella le devolvió el beso con intensidad mientras agarraba con fuerza el cabello de su nuca y con un súbito tirón retiró la cabeza de Christian hacia atrás para introducir una cápsula en su boca. Sin apenas pensarlo Christian ayudó a la cápsula a deslizarse por su garganta con un trago de vodka y enterró el rostro entre los pechos de la adolescente, decidido a internarse allá donde la joven exploradora quisiese llevarle.

Friday, April 01, 2011

Titán en la estación de lluvias - Cena rehidratada para uno

La combinación del zumbido del rehidratador de alimentos y el golpeteo de la lluvia resonando en la estructura de la colonia había sumido a Carles en un estado de sopor mientras observaba a través de la claraboya de la cocina cómo el elevador orbital comenzaba su ascenso hacia las nubes.

-¿Estas preparando para los dos? – La voz de Isabel interrumpió el trance de Carles.
-No –respondió él mecánicamente-, no me di cuenta, lo siento.

Isabel humedeció una bayeta y comenzó a frotar una encimera que no necesitaba limpieza. Intentó pensar en un tema que pudiese llevar a una conversación que durase más de dos frases, pero lo más emocionante que había ocurrido durante el día había sido la llegada de la estación de lluvias. Abrió la boca para hablar pero en ese preciso instante un timbre anunció que la hidratación de la cena de su marido había finalizado.

-¿Quieres la mitad? –Preguntó Carles mientras extraía el plato del interior del electrodoméstico- De todos modos no tengo mucha hambre.

La indiferencia que Isabel podía ver en la mirada de Carles evidenciaba que el ofrecimiento era poco más que una frase hecha, una convención social que resultaba más dolorosa que el insulto más cruel. Isabel pensó en la abrumadora cárcel en la que se encontraba; la colonia hermética, un satélite inhóspito rodeado de nubes impenetrables en una cárcel de vacío estelar y un limbo afectivo tan árido como los desiertos de carbono de Titán. En ese momento Isabel comprendió su condición de prisionera, ella misma había construido su jaula con una combinación de errores y decisiones desastrosas y ahora, una vez finalizada su obra, lo único que quería era huir.
Desvió la mirada hacia el elevador orbital y deseó que con solo pensarlo pudiese saltar a su interior y viajar a otro lugar. Pensó en volver a Mercurio, donde todo era luminoso y limpio, o viajar por primera vez a la Tierra y respirar auténtico aire por primera vez en su vida, aunque en realidad no le importaba, sólo quería estar en cualquier otro lugar.

-Carles –dijo mirando de nuevo a los ojos de su marido-, tenemos que hablar.

Tuesday, March 08, 2011

Titán en la estación de lluvias - El Consorcio Solar de Transportes les desea un feliz viaje

Gruesas gotas de lluvia negra comenzaron a golpear la bóveda transparente que cubría la sala de espera del elevador orbital. Christian desvió la vista del colorido conjunto de gráficos que fluctuaban en su lector personal y miró hacia el paraje rocoso del exterior, dentro de poco la depresión junto a la que estaba situada la colonia se convertiría en un lago de metano y la llanura volvería a cubrirse de alquitrán. Pensó en lo hermoso que era Titán en otoño y lamentó tener que perderse el inicio de la estación de lluvias, cuando los ríos viscosos y negros llenaban de nuevo los canales y las tormentas de metano azotaban el cielo con furia.
El sonido de un par de tacones resonando en la estancia lo sacó de su ensimismamiento. Era una mujer de escasa estatura, aun contando con la altura de sus tacones, y Chrisitan la reconoció de inmediato como María Lavega, parte de un grupo de ejecutivos al que había mostrado las instalaciones de la Corporación Energética Europea en Titán. Al ver la expresión desconcertada de su rostro decidió compartir con ella su experiencia en viajes interplanetarios.

-¿Señorita Lavega? –Preguntó mientras se acercaba a ella.

La mujer se volvió hacia Chrisitan e hizo un esfuerzo visible por recordarle.

-Christian Lefebvre –Dijo esbozando una sonrisa conciliadora y extendiendo su mano hacia ella-, fui su guía en la visita a las minas ecuatoriales.

-¡Sí! –La mujer devolvió la sonrisa y estrechó la mano de Christian- Siento no haberle reconocido.

-No se preocupe –respondió Christian-.

El ruido cada vez más intenso de las gotas al golpear la bóveda llamó la atención de la mujer, que alzó la vista y esbozó una mueca de desagrado al ver los regueros negros que descendían por la estructura.

-Es usted nativa de la tierra ¿verdad?

-¿Tanto se nota? –preguntó ella.

-Desde luego, los geanos estáis obsesionados con vuestros prados cubiertos de césped, la lluvia transparente y el cielo azul.

-Mira que somos raros –la mujer sonrió, lo que agradó a Christian.

A pesar de no ser nativo de Titán, Christian tendía a desarrollar un fuerte apego por los lugares en los que se asentaba y le disgustaba que los visitantes se sintiesen incómodos. Su experiencia le había demostrado que esto era especialmente común en los nativos de la Tierra, quienes, efectivamente, parecían encontrarse a disgusto en cualquier lugar que no fuese el planeta en el que nacieron. Christian miró de nuevo hacia el exterior, la tormenta había aumentado su intensidad y estimó que aun tardaría media hora en calmarse. El clima en Titán era maravillosamente predecible.

-Normalmente los lanzamientos del elevador se aplazan cuando empieza una tormenta. Probablemente no salgamos hasta dentro de una hora ¿Le apetece tomar una copa?

María dudó. A Christian no le pareció extraño, los ejecutivos de cierto nivel solían ser gente esquiva y desconfiada, pero la tensión y el incómodo silencio desaparecieron cuando la megafonía anunció que el lanzamiento orbital se retrasaría debido al mal tiempo.

-Será un placer –dijo María sonriendo de nuevo.



El camarero sirvió las bebidas, Whisky con hielo para Christian y una cerveza sin alcohol para María. Christian se preguntó si era abstemia o si era una muestra de desconfianza, lo que le parecía un absurdo ya que, en todo caso, era ella la que podría sacar beneficio de un desliz informativo por parte de Chrisitan. Los ingenieros como él tenían pocas posibilidades de ascender a cargos realmente elevados, y menos mediante el uso de la información que pudiese obtener de un ejecutivo, y de todos modos eso no era algo que le interesase. Él era feliz allí, entre dunas de carbón y manantiales de benceno ¿Qué clase de ingeniero podría desear una vida de reuniones, golf neuronal y burocracia cuando disponían de todo un sistema solar lleno de retos para la mente humana?

-Entonces ¿es usted de Titán? –preguntó ella haciendo regresar a Chrisitan, cuya conciencia se encontraba ya en ruta hacia las minas de gas jovianas.

-No, estoy aquí por trabajo –respondió tras darle un trago a su copa-, he estado supervisando las minas tres años y por fin tengo vacaciones, aunque luego tendré que volver porque la cosa va para largo. Ahí fuera el trabajo se eterniza sin la gravedad artificial.

La mujer levanto la mano para detener la lección técnica que, sin duda, Christian se disponía a impartir.

-Tranquilo, presté atención a sus charlas en las dunas ecuatoriales –dijo María sonriendo-, pero creo que mi cerebro ya no admite nueva información sobre tuneladoras y gaseoductos.

Ambos rieron quedamente convencidos de que podían aburrirse mutuamente hasta la muerte. Se produjo un largo silencio que fue roto por un aullido grave procedente del exterior, audible por encima del hilo musical. La pareja reconoció el característico sonido de un proyector gravitónico al ponerse en marcha, seguido del estallido sordo y el rugido producido por los gruesos cables del elevador al ser proyectados hacia más allá de la atmósfera.

-Odio estos viajes -murmuró María- preferiría que me hubiesen hibernado ya en el hotel.

-¿Miedo a volar?

-No, volar por el espacio no me da miedo, pero ese trasto me aterroriza –respondió ella.

Christian pensó en la infinidad de viajes interplanetarios que había realizado desde que era un niño. Siempre se había sentido afortunado por ello; paisajes que años atrás eran apenas soñados por unos pocos se habían convertido en una visión familiar para él y le gustaba pensar que había contemplado gran parte de la belleza que el Sistema Solar puede regalar al hombre.

-Supongo que es falta de costumbre, yo lo he hecho tantas veces que apenas pienso en el viaje. Aunque sí que me pongo nervioso al hacer la maleta, no importa lo que haga porque siempre me olvido de algo.

-¿Y que te has olvidado esta vez? –preguntó María pasando al tuteo.

-Supongo que me acordaré en cuanto me siente en la lanzadera, o cuando llegue a casa de –Christian se detuvo, poco sorprendido de que no considerase el piso que compartía con Marta como su hogar-, bueno, cuando llegue a mi piso en la tierra. Siempre pasa igual.

-¿Compartes piso?

El tono de la pregunta de María confundió a Christian, que nunca había sido muy bueno a la hora de descifrar a la gente. Se detuvo a observarla antes de responder pero el lenguaje corporal rara vez le aportaba información valiosa, o al menos información que pudiese utilizar.

-Sí, con mi mujer. Y en respuesta a la pregunta que me vas a hacer a continuación: llevamos bien lo de la distancia –mintió él.

María dirigió la vista hacia la mano de Christian, en la que no podía verse anillo alguno, y subió su mirada hacia sus ojos enarcando las cejas.

-Me molesta para trabajar –mintió Christian de nuevo inclinando su dedo anular hacia el pulgar.

La conversación fue interrumpida por una suave voz de mujer llamando a los pasajeros del elevador orbital a las puertas de embarque. Ambos terminaron sus consumiciones y volvieron a la sala de espera, donde se habían formado diversas colas de pasajeros separados por sus respectivos destinos.

-Madrid –dijo María levantando su billete.

-Bucarest –dijo Christian respondiendo al gesto-. Ha sido un placer.

Christian extendió su mano para despedirse, pero María se limitó a darle un golpe suave en la mano con su billete.

-Ya nos veremos.

Tras su despedida la mujer se volvió hacia su puerta y Christian deseó haber respondido algo más inteligente que un primitivo “¿Eh?”. Confuso, se dirigió a la puerta de embarque de los viajeros con destino a Rumanía. Tras la identificación biométrica atravesó el túnel de esterilización ultravioleta y embarcó en la enorme estructura del elevador a través de la escotilla de pasajeros. Allí ocupó su asiento y una amable azafata vestida con un provocativo uniforme amarillo del Consorcio Solar de Transportes le ayudó a colocar las sujeciones de seguridad. Unos minutos después la estancia resonó con el rugido del despegue y Christian sonrió al recordar al fin qué había olvidado al hacer el equipaje.

Thursday, February 17, 2011

Titán en la estación de lluvias - Prólogo

Una brisa proveniente del Pacífico alborotó el cabello de Marta convirtiéndolo en una maraña de rizos negros que se agitaban frente a su cara. Con un movimiento rápido y hábil recogió su pelo en un moño improvisado y buscó con la vista a César, que en ese momento bajaba de un salto el talud que separaba el camino de la playa.

-Por aquí casi no hay altura –dijo desde la arena-, puedes bajar.

Marta se acercó al borde del camino, vio a César extendiendo sus manos para ayudarla a dar el salto y en su cara apenas iluminada por las luces del malecón pudo ver el brillo chispeante que aparece en los ojos del que ha encontrado algo nuevo, la manifestación física de una mezcla de anticipación, deseo y curiosidad. Pensó que la vida no solía señalar de una manera tan evidente los momentos en los que una decisión lo cambia todo.
Alzó la vista, contempló las estrellas y constelaciones que poblaban el cielo nocturno y se preguntó si allí, a miles de kilómetros de distancia, la vida ofrecía a Christian una decisión similar, si sus ojos brillaban de la misma manera mientras tendía sus manos hacia otra mujer en una playa imposible bañada por un océano de benceno; se preguntó si aquello realmente importaba y si el mar de éter que los separaba diluía la realidad haciendo que sus acciones se perdiesen en el vacío, incapaces de llegar a afectar a dos personas separadas por semejante inmensidad; se preguntó si cuando volviesen a verse las manchas solares lavarían sus culpas y perdonarían sus errores; se preguntó si podrían plegar el tiempo transcurrido y hacer que se perdiese entre las fisuras del espacio.
Marta cerró los ojos y dejó que sus pensamientos fuesen arrastrados por la caricia salada de la brisa marina, se descalzó, depositó su mano en las de César y dejó que la luz de sus ojos la guiase en el aterrizaje sobre las arenas blancas.

Monday, February 07, 2011

Kord

La multitud reunida en el coliseo de la ciudad de Drax coreaba apasionada el nombre de su campeón. En el centro del recinto, junto al cuerpo inerte de su oponente, Kord alzaba sus armas manchadas de sangre hacia el cielo para que el sol se reflejase en el acero de su espada e hiciese brillar su escudo de bronce bruñido. Una vez más, había ganado.

***

Los combates de Kord se repetían una y otra vez en los publicarteles situados en las principales calles de las más populosas ciudades del planeta y los montajes en vídeo de sus duelos eran descargados por millones de terminales portátiles de entretenimiento en todos los países del mundo. Kord, al que llamaban “el indómito”, se había convertido en un fenómeno de masas tras sobrepasar el récord de combates invicto en el circuito CAV establecido por el ya retirado Karnivor Krull. Setenta combates después de batir la hasta entonces histórica marca seguía sin conocer la derrota y la “fiebre Kord” se había convertido en un fenómeno global sin precedentes. Las academias de combate virtual que contaban con la aprobación de Kord facturaban miles de Giga Julios al mes, cifra que se disparaba en aquellas ocasiones en las que el campeón llevaba a cabo una de sus demostraciones personales, y el luchador era un invitado habitual en las más exclusivas fiestas del mundo virtual.
Sin embargo, y a pesar de la inmensa popularidad que había alcanzado, la verdadera identidad de Kord seguía siendo un misterio celosamente guardado por su patrocinador en unas exclusivas instalaciones médicas a cientos de metros bajo tierra en una localización secreta en la Costa Azul. Allí, en una cámara sellada e iluminada por luz ultravioleta, el cerebro de Sascha Yun flotaba en el interior de una cubeta llena de plasma sintético. Sascha había sido uno de los mejores jugadores profesionales en la época de los controles mecánicos cuando aun tenía un cuerpo, pero reveló su verdadero potencial cuando se produjo el salto a los controles neuronales; llevó a su avatar en el circuito CAV, Hrun el batallador, a la final del Torneo Abierto de Corea en su primera participación en el torneo y estuvo cerca de derrotar a Karnivor Krull en uno de los combates más memorables de la historia del videojuego.
No es de extrañar que su muerte en el incendio que arrasó su hogar fuese considerada una tragedia irreparable, aunque la noticia distase de ser exacta. Si bien es cierto que el cuerpo de Sascha había quedado destrozado, su sistema nervioso y su valioso cerebro pudieron ser rescatados por los habilidosos médicos contratados por sus patrocinadores del Cártel Biorobótico Franco-Germano, que no estaban dispuestos a ver como semejante mina de oro les fuese arrebatada por algo tan pueril como un accidente doméstico provocado por un enchufe en mal estado. Así, tras meses de cirugía, atención psicológica y asesoría de imagen, Kord el indómito hizo su aparición en el mundo virtual como un nuevo tipo de cibercelebridad; libre de las banales necesidades de su cuerpo humano la actividad de Sascha era frenética, torneos, grupos de desafíos, mundos virtuales, no había lugar en el que Kord no demostrase sus espectaculares habilidades de combate.
Por desgracia para Sascha todo tiene su fin, y en el Cártel eran conscientes de que los beneficios que obtendrían vendiendo los derechos de reproducción de la inesperada derrota de Kord en la Copa Emperatriz serían mayores de lo que podrían obtener con otra previsible victoria, por no mencionar lo gravoso que estaba resultando el mantenimiento de las instalaciones en las que flotaba el cerebro de su jugador estrella y el enorme esfuerzo por mantener su identidad en secreto. Así, tras su derrota a manos de un enloquecido berserker controlado por un jugador profesional cuyas sinapsis habían sido previamente mejoradas mediante la química y la cibernética y que tampoco viviría para saborear las mieles del éxito, mientras se preguntaba en su entorno virtual personal qué había podido ocurrir, cómo su oponente había podido moverse con esa rapidez, el mundo de Sascha Yun simplemente se apagó.

Thursday, January 20, 2011

Jericho Rose y la maldición india

Un buitre desgarraba el vientre del ahorcado que pendía frente a Jericho Rose. Junto al cadalso, bajo el inclemente sol del desierto, el festín continuaba sobre una pila de cadáveres en la que se agolpaban los carroñeros.

-Parece que habéis estado ocupados –dijo Jericho a la nada, pues nadie en todo Deliverance parecía dispuesto a dejarse ver o dar la bienvenida al visitante.

Jericho dirigió a su caballo a través de la calle principal del pueblo en dirección al hotel, donde tampoco nadie salió a recibirle. Jericho no se sorprendió cuando comprobó que el mismo estaba habitado por cadáveres; tiroteados, acuchillados, estrangulados y mutilados, decenas de hombres, mujeres y niños yacían muertos en la escalera y el recibidor. Jericho atravesó la calle en dirección al salón, donde otra comitiva de difuntos le dio la bienvenida. Allí se hizo con una botella del peor whisky que pudo encontrar y bebió dos tragos generosos, suponía que tendría que pasar el día rebuscando entre cadáveres y quería anestesiar su sentido del gusto lo antes posible.
Cuando Jericho terminaba el tercer trago algo rompió la sepulcral calma que reinaba en el lugar. Un disparo que fue seguido por un sonoro tiroteo despertó los instintos de los carroñeros que alzaron el vuelo llenando el cielo de alas negras y los del propio Jericho, que corrió atravesando el pueblo con sus armas dispuestas a acabar con el culpable de aquella matanza. Cuando llegó al lugar sólo un hombre se mantenía en pié, en su mano portaba una pistola humeante y en su pecho Jericho pudo distinguir el brillo plateado de una estrella. El sheriff alzó la vista hasta cruzar su mirada con la de Jericho. Ni en los ojos de los hombres agonizantes en el campo de batalla ni en los de sus compañeros prisioneros en manos del ejército mejicano había visto Jericho semejante desesperación, sólo alguien que se sabe condenado a la eternidad del infierno podía tener una mirada semejante.

-Me llamo Jericho Rose –dijo mientras enfundaba sus armas en una demostración de sus intenciones pacíficas-, ¿puede decirme qué ha ocurrido aquí?

Una lágrima se deslizó por la mejilla del sheriff dibujando un surco en su rostro cubierto de polvo y sangre mientras en su boca se formaba una mueca que se asemejaba a una sonrisa.

-Pronto lo sabrá usted, Jericho Rose –susurró el sheriff mientras acercaba el cañón del arma a su boca. Antes de que Jericho pudiese hacer nada por evitarlo el sheriff apretó el gatillo convirtiendo su cabeza en una horrible piñata de sangre y hueso.

Jericho musitó una breve plegaria por el alma ya condenada del hombre mientras se santiguaba con su mano derecha y desenfundaba de nuevo uno de sus revólveres con su zurda. Las últimas palabras del suicida hacían evidente que, fuera lo que fuese lo que había ocurrido en Deliverance, sería responsabilidad de Jericho Rose ponerle fin. Seguro de que el horror ocurrido en aquel lugar maldito era responsabilidad de una criatura del otro mundo, Jericho rodeó el cañón de su arma con el sencillo rosario que el Padre Navarro le había entregado a su partida del monasterio de San Benito, se arrodilló y cerró los ojos para agudizar el sexto sentido que había desarrollado tras años de luchar contra las más terribles amenazas sobrenaturales. No pasó demasiado tiempo hasta que notó la desagradable presencia espectral de un espíritu condenado intentando entrar en su cuerpo, el frío atenazaba sus huesos a pesar del abrasador sol, una angustia irracional intentaba asaltar su corazón y en sus oídos se agolpaban los gritos de agonía de miles de almas torturadas.

-Me temo que ese truco no te servirá conmigo, escoria –gruñó con tono desafiante.

Jericho abrió los ojos y ante él pudo contemplar la sombría figura del responsable de la matanza que allí había tenido lugar. A primera vista parecía un hombre pero mientras cualquier ser humano irradia un alo de vida, aquella criatura era la misma presencia de la muerte. Su abrigo hecho jirones se agitaba movido por un viento sobrenatural y la sombra impenetrable que proyectaba su sombrero ocultaba sus ojos, que no eran si no dos ascuas centelleantes que miraban a Jericho con un odio como sólo puede encontrarse en las simas más profundas del infierno.
Los reflejos de un pistolero experimentado llevaron a Jericho a rodar por el suelo permitiéndole esquivar el disparo del espectro en el mismo momento en el que la bala salía del cañón negro de su arma maldita. Jericho sabía que la criatura no le daría una segunda oportunidad y con rapidez apretó el gatillo de su pistola, cuya bala bendecida voló hacia la cabeza del pistolero espectral, que se desvaneció dejando tras de sí un inconfundible hedor a muerte.



Horas más tarde, mientras observaba cómo las llamas purificaban el pueblo, Jericho divisó a un anciano indio que observaba la escena desde la llanura.

-¿Has sido tú el responsable de esto? –Le inquirió Jericho desde su montura- ¿Invocaste a esa criatura?

Como única respuesta el anciano extendió su puño hacia Jericho, mostrando una larga trenza de cabello negro.

-Guárdate tus excusas para el Diablo, brujo –bramó Jericho mientras desenfundaba su revólver-, puede que así te trate con benevolencia.

Thursday, January 13, 2011

Ojos de fuego

-No existe el Ojos de Fuego –susurró Ahmed tratando de convencerse a sí mismo mientras esperaba agachado en su escondrijo tras una pila de neumáticos-, os lo habéis inventado para reíros de mí.

A su lado, oculto entre las sombras proyectadas por la luna llena, Alí observaba con ojos de búho el inmenso desierto plateado que se extendía más allá de la aldea como un inmenso océano de mercurio.

-No nos lo hemos inventado –replicó-, pero no aparecerá si no te callas de una vez.

Ahmed obedeció y los dos niños permanecieron agazapados en la oscuridad. Vigilaban el desierto a la espera de un movimiento que desvelase la presencia de la criatura, el espectro de ojos llameantes que, según algunos, recorría la aldea al caer el sol.

-Sabía que te lo habías inventado –dijo Ahmed tras bostezar sonoramente-, me voy a mi casa.

Ahmed no pudo levantarse, Alí aferraba su brazo.

-Está allí –susurró el muchacho acercando el rifle de su padre al pecho-, creo que nos está mirando.

Ahmed miró al frente y vio los ojos de la criatura entre la sombra de uno de los miserables matorrales que plagaban el pedregoso páramo, dos puntos luminosos suspendidos en la oscuridad que parecían observarlos a través de su parapeto.

-Voy a cazarlo –dijo Alí mientras deslizaba su mano hacia el cerrojo del rifle.

Ahmed, aterrorizado, intentó impedírselo. Alí se deshizo de él de un manotazo, amartilló el rifle con rapidez y se incorporó dispuesto a disparar a su presa, pero ésta ya no estaba allí, donde segundos antes se encontraban los dos puntos de luz ahora solo había sombras. Dudó ¿la criatura estaba aun en el mismo lugar o se había movido mientras forcejeaba con su primo? Dedicó una furiosa mirada a Ahmed y salió de su parapeto envalentonado por el arma que apretaba contra su mejilla. Poco a poco se adentró en el desierto con la vista fija en el lugar donde habían visto al Ojos de Fuego sin darse cuenta de su error hasta que oyó a Ahmed gritar su nombre. Antes de que pudiese reaccionar se encontraba tendido boca arriba en el suelo, aturdido y desarmado frente al espectro.
El Ojos de Fuego parecía un hombre pero su piel era completamente diferente a cualquier cosa que Alí hubiese visto antes, parecía absorber la luz de la luna convirtiendo a la criatura en una masa oscura; sólo sus ojos, fríos y brillantes como el cristal, podían distinguirse entre la uniforme oscuridad. Alí cerró los ojos y se encogió a la espera de un golpe de gracia que no llegó, cuando se atrevió a abrirlos de nuevo vio al ser agachado junto a él con la mirada fija en el horizonte. Sus ojos llameaban de nuevo con un resplandor verde y pudo oír cómo la criatura murmuraba algo en una lengua que desconocía mientras se incorporaba con una velocidad inhumana y comenzaba a correr hacia el pueblo. Intrigado y aterrorizado a partes iguales Alí giró la cabeza para saber qué había espantado al monstruo, aunque la respuesta era evidente: un monstruo aun peor. Agitando sus alas a tal velocidad que apenas parecían moverse una inmensa bestia de brillante metal volaba hacia el lugar en el que Alí se encontraba postrado en el suelo.
Mientras tanto, Ahmed estaba a punto de morir de puro terror. No había sido capaz de avisar a tiempo a su primo del ataque del Ojos de Fuego, que ahora se dirigía corriendo hacia él seguido de una infernal bestia voladora similar a una libélula cromada de proporciones gigantescas. En su mente se agolparon docenas de maneras de morir que pensó serían del gusto de las dos criaturas, pero pronto se dio cuenta de que aun había esperanza ya que el monstruo volador no volaba con el Ojos de Fuego, si no tras él. El Ojos de Fuego corría veloz, zigzagueando y seguido por una lluvia de dardos que volaba desde la cabeza de la criatura de metal. Antes siquiera de que Ahmed pudiese asimilar la escena el Ojos de Fuego pasó corriendo a su lado silencioso y veloz como una sombra, seguido de cerca por su perseguidor.

-¡Vamos! –Le gritó Alí segundos después mientras pasaba corriendo a su lado- ¡Corre o los perderemos!

Ahmed dudó. Pensó en que sería más seguro quedarse allí y esperar resguardado a que los dos monstruos terminasen con lo que tuviesen que hacer en el pueblo, pero descartó la idea en cuanto imaginó los horrores que aun podía escupir el desierto esa noche y se unió a la persecución entre las chabolas de plástico y aluminio.



Minutos después la tranquilidad reinaba de nuevo, sólo el incesante aleteo del enorme insecto metálico rompía el silencio mientras sobrevolaba el asentamiento en busca de su presa, que con una agilidad inhumana había dado esquinazo a su perseguidor en el laberinto de paredes de plástico y tejados de metal corrugado.

-¿Ha conseguido escapar? –susurró Ahmed desde su nuevo escondrijo tras el silo de grano.
-No creo –respondió Alí, que observaba la escena encaramado a las vigas que sostenían la estructura- si hubiese salido del pueblo al dragón lo habría visto, fuera no hay dónde esconderse.
-Pero puede hacerse invisible.
-No puede hacerse invisible, tonto, simplemente se le ve mal de noche, pero eso no le sirve porque los dragones ven en la oscuridad como los gatos –sentenció Alí indignado por la ignorancia de su primo.
-Claro –Ahmed intentó acomodarse en su escondite pero estaba agotado y la situación empezaba a resultarle aburrida- ¿Qué hacemos ahora?
-Tenemos que ayudarle –dijo Alí con severidad mientras descendía con cuidado de no llamar la atención de la bestia voladora.
-¿Al dragón? –preguntó Ahmed, que sentía como el terror recuperaba terreno al aburrimiento.
-No, al Ojos de Fuego, el dragón es malo, todos lo son.
Ahmed volvió su vista hacia el dragón ¿Qué posibilidades tenían contra un oponente capaz de hacer huir a un ser sobrenatural como el Ojos de Fuego?
-Yo me voy a casa.
-¿A qué casa? –Le preguntó Alí, a quien empezaba a irritar la cobardía de su primo- cuando se canse de buscar empezará a escupir fuego y quemará todo el pueblo.

Ahmed sopesó las palabras de Alí. Tenía razón, los dragones solían hacer ese tipo de cosas, pero era incapaz de imaginar cómo podían hacer frente a semejante oponente.

-¿Vamos a por el rifle de mi padre?
-No servirá, necesitamos las armas del herrero.
-¿Para qué nos va a servir un martillo? –preguntó Ahmed intrigado y confuso.

Alí miró fijamente a Ahmed, a veces dudaba de si el año que les separaba era lo que hacía que a veces le pareciese un poco lento o si realmente era tonto de remate. Con cuidado de no ser visto se dirigió hacia la casa del herrero seguido por su primo y allí, oculta tras la fragua, descubrió la trampilla que ocultaba la entrada al arsenal del herrero, al que descendieron a través de un angosto túnel excavado en el suelo.

-Mi padre me cuenta muchas historias de cuando estuvo en la guerra con el herrero –Alí alzó la linterna de aceite de Ahmed iluminando con su tenue luz una amplia galería, al fondo de la cual se encontraban apiladas una serie de cajas cubiertas por una espesa capa de polvo del desierto-, al parecer en aquella época cazaban máquinas que eran capaces de volar como el dragón. También me dijo que si algún día la familia estaba en peligro podía encontrar armas aquí para defendernos.
-El herrero nos va a matar –gimió Ahmed.
-De eso nada, cuando matemos al dragón seremos héroes –respondió Alí mientras deslizaba su mano sobre las cajas retirando el polvo y descubriendo una serie de caracteres extraños cuyo significado desconocía- las mujeres pondrán nuestros nombres a sus hijos y nos casaremos con las chicas más guapas del pueblo. A lo mejor hasta nos nombran jefes.

Ahmed comenzó a soñar despierto. Muammar, el jefe del poblado, tenía tantas cabras que necesitaba a gente que las pastorease por él y podía permitirse tener tres mujeres, nada menos. La idea de ser un héroe con un inmenso rebaño de cabras y un harén propio llenó su corazón de coraje, coraje que se disipó cuando una enorme sombra pasó a su lado. El grito ahogado de Ahmed sobresaltó a Alí, que de nuevo se topó con la figura del Ojos de Fuego. La criatura estudió las cajas amontonadas con sus llameantes ojos incrustados en su rostro sin facciones. Una de ellas pareció llamar su atención, con un leve gesto apartó a Alí y sus fuertes manos retiraron la tapa de una de las cajas, de cuyo interior extrajo un extraño tubo de metal verde. Un escalofrío recorrió a los dos muchachos cuando un sonido metálico y entrecortado surgido de la criatura llenó la estancia, habrían jurado que el Ojos de Fuego estaba riendo.



Al día siguiente, cuando el sol animó por fin a los asustados aldeanos a salir de sus casas, todos se sorprendieron al ver los restos destrozados y aun humeantes del poderoso dragón metálico derribado en las afueras del pueblo. Se sorprendieron aun más cuando vieron a dos pequeñas figuras desnudas, cubiertas de ceniza de los pies a la cabeza, que danzaban sin cesar alrededor de la bestia mientras alzaban sus poderosas lanzas de metal verde hacia el aire recitando su extraño mantra una y otra vez.

-¡RPG! –Aullaban-, ¡RPG!