Tuesday, December 13, 2011

Titán en la estación de lluvias - Día de compras en la arcología Gran Romania


Christian no podía decidirse, el frigorífico estaba lleno de productos frescos meticulosamente ordenados que componían una visión paradisíaca. Pensó que podría pasarse toda la mañana contemplando ese magnífico collage; el verde de la lechuga y la escarola, plátanos amarillos y kakis de piel naranja y brillante, huevos frescos de diferentes tonos beige, auténtica leche de un color blanco puro en su botella de cristal, pechugas rosadas en envases herméticos preparadas para cocinarse, sobras del gulash de la noche anterior y multitud de envases de colores chillones. Abrió el envase de la margarina y se deleitó con su olor dulce que tanto había echado de menos. Decidió que desayunaría tostadas de pan fresco, leche y cereales con un plátano troceado y se recreó en la idea de que ninguno de los productos necesitaría ser pasar por un proceso de rehidratación. Marta, casi preparada para irse, entró mientras Christian saturaba una rebanada de pan con más margarina de la necesaria.

-Ayúdame con el vestido –dijo girándose mientras colocaba un pendiente en su oreja izquierda.

Christian se limpió las manos y cerró la cremallera siguiendo cuidadosamente la curva de la espalda de su mujer.

-¿Y esto? –Preguntó con tono burlón al llegar al cuello, donde un collar de cuentas que parecían cubrir todo el especto cromático acariciaba la piel de Marta- Sé que llevo años en otro planeta pero seguro que estas cosas siguen siendo una horterada.
-A mí me gusta- la respuesta seca de Marta fue acompañada por una mirada que habría congelado Mercurio. Christian lo achacó a los restos del enfado por haber pasado todo un día desaparecido desde su llegada al planeta, conocía a su mujer y sabía que iba a necesitar más que ser generoso en la cama una noche para que el tema quedase definitivamente zanjado.
-¿Hoy tienes mucho trabajo? –Christian cambió de tema con rapidez, esperaba que una tarde de actividades de pareja le ayudasen a sumar puntos.
-Sí –mintió ella con rapidez-, voy algo retrasada con unas entregas así que estaré en el despacho hasta tarde ¿Has pensado qué vas a hacer hoy? –preguntó decidida a desviar la conversación.
-Supongo que haré algunas compras –Christian se encogió de hombros-, y haré unas horas de terapia solar. Para que no se me vean tanto las venas, más que nada.

Marta respondió con un murmullo y se despidió con un beso rápido, dejando a Christian a solas con su desayuno. Tras deleitarse con la comida geana Christian pasó más tiempo del necesario disfrutando de una ducha caliente y se afeitó con calma, el rostro espectral que le observaba desde el espejo confirmaba que la terapia solar era una excelente idea. Al mediodía, y a pesar de la escasez de sombra en la calle, caminó hasta la arcología Gran Romania. En su última visita ésta aun se encontraba en construcción y el día anterior no se le había pasado por la cabeza detenerse a contemplarla con detenimiento así que quería aprovechar para disfrutar de la visión de la estructura que dominaba el horizonte de la ciudad. La arcología era, junto con la guerra de Moldavia, una demostración de fuerza y poder del renovado nacionalismo rumano y se había convertido rápidamente en el corazón económico de la región; mega centros comerciales, corporaciones, un consulado de la Autoridad Colonial e incluso un amplio bosque se habían instalado en su interior. A pesar de que había visto y habitado en estructuras mucho más extensas Christian se sentía sobrecogido cuando éstas se asentaban sobre tierra firme: acostumbrado a la arquitectura colonial, eminentemente práctica, horizontal y con tendencia a abusar de la geodesia, aquel inmenso coloso del amanecer del Siglo XXII, resplandeciente bajo el sol, le maravillaba.
Las paredes del desproporcionado vestíbulo dieron la bienvenida a Christian con su mural de anuncios y noticias de poca trascendencia. Nada de política o sucesos en la arcología Gran Romania. No pasó demasiado tiempo hasta que, tras los resultados de la última jornada de la Liga Europea de Fútbol, bajo el anuncio de un colorido restaurante de zumos biológicos que sin duda visitaría y sobre la noticia acerca de una retrospectiva de la obra de Salvador Beyle apareció el logotipo del centro estético Dilmun. El nombre despertó una cierta nostalgia de su querido satélite de metano y carbono, anotó su ubicación mentalmente y se internó en el laberinto de titanio, cristal y paredes holográficas. Tras perderse despreocupadamente en un par de ocasiones y hacerse con un zumo de melón y hierbabuena que hizo que su desayuno pareciese poco más que rancho encontró por fin el centro estético, donde una recepcionista que parecía un muestrario viviente de los servicios ofertados por la empresa le dio la bienvenida.

-Bienvenido al centro estético Dilmun –dijo la mujer mostrando una sonrisa nanométricamente trazada. Sus inmensos ojos de color naranja brillante observaban a Christian enmarcados por unas pestañas con las que se habría podido construir el cable de un elevador orbital- ¿En qué puedo servirle?
-Quería una sesión de terapia solar, por favor –respondió Christian tras desechar las miles respuestas depravadas que habían asaltado su mente-, llevo mucho tiempo en órbita y no creo que sea prudente ir por Rumanía con este aspecto.
-¿Perdone?
-Los vampiros, ya sabe –dijo Christian mientras notaba como la sangre subía a sus mejillas-. Rumanía, Drácula, aldeanos con estacas…

La recepcionista respondió con una risa ensayada y consultó su consola.

-Tenemos una cabina libre –dijo tras deslizar con agilidad una serie de menús en la pantalla- ¿es su primera sesión?
-No, ya lo he hecho otras veces.
-Perfecto ¿Ha pensado en qué tipo de programa le gustaría?
-Suave, por favor, solo quiero parecer humano –bromeó de nuevo, obteniendo la misma respuesta maquinal.

La mujer introdujo los datos de Christian en la consola y otra de las dependientas –que confirmó la sospecha de que el cuerpo inhumanamente atlético, el bronceado mercurial, los ojos naranja y el pelo plateado conformaban el uniforme de la empresa- le acompañó a la cabina.
Tras dos horas de calidez, combinados tropicales y música ambiental la gula llevó a Christian a uno de los restaurantes de las terrazas exteriores. Optó por la comida turca y disfrutó de la vista de la ciudad mientras saboreaba un plato de cordero bañado en salsa de yogurt y pensaba en lo diminuto que parecía ahora el Palacio del Parlamento visto desde el lugar en el que se encontraba. Terminada la comida decidió visitar las tiendas de ropa, ya que había viajado considerablemente ligero de equipaje y, de todos modos, había notado que la moda en la Tierra cambiaba a una velocidad vertiginosa. Se hizo con un par de  trajes de corte moderno que aprovecharía además para impresionar a la Junta Directiva cuando volviese a Titán y con algo de la ropa formal pero estudiadamente descuidada que tanto gustaba en las reuniones de intelectuales a las que, irremediablemente, se vería arrastrado por Marta. Pensó en sorprender a su mujer con una escapada al Mar Negro y compró un bañador, bermudas y algo de ropa apropiada para pasar unos días en la playa y, tras encargar que le enviasen sus compras a casa, deambuló por las tiendas de complementos en busca de algo que le pareciese adecuado como regalo para ella. Tras descartar perfumes que no usaría, zapatos cuyo número desconocía y bolsos que no necesitaba Christian se decidió por unos pendientes que le parecían horribles pero que, al menos, combinarían con el collar al que al parecer había cogido tanto cariño.
Agotado, Christian decidió terminar el día descansando en el bosque interior. El lugar le recordaba a los viveros de las colonias espaciales, aunque a una escala mayor, mucho menos práctica y, por supuesto, más poblado. Parejas, ancianos, familias, amantes de los perros y adolescentes que aún no habían encontrado una banda a la que unirse deambulaban por el parque, descansaban sobre la hierba, corrían o perdían el tiempo bajo la luz artificial. Sentado bajo un sauce apartado de los senderos trazados Christian encendió con calma un cigarrillo de THC y aspiró profundamente el humo, dejando que adormeciese su cerebro para disfrutar plenamente del raro placer de no hacer nada.

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