Wednesday, February 22, 2012

Titán en la estación de lluvias - Cita en Constanza

A medida que el coche eléctrico avanzaba a máxima velocidad por la autopista en dirección a Constanza el cielo parecía ampliarse como suele hacer cuando el que lo observa se acerca al mar, como si al verse libre de las ataduras de la tierra pudiera desplegarse apropiadamente. La conducción asistida por IA permitió a Marta disfrutar del cielo emergente mientras una melodía de piano suave e hipnótica llenaba el interior del vehículo, llevándola con suavidad a un estado letárgico que terminó cuando el aviso de navegación de la computadora de a bordo le dio la señal de que debía hacerse de nuevo con el control del coche para incorporarse al tráfico urbano.
En Constanza el aire era húmedo y espeso pero limpio, lo que hacía que todo pareciese más luminoso. Como era habitual Marta había llegado pronto a su cita, por lo que caminó sin prisa por el paseo marítimo en dirección al Casino esquivando a ciclistas, patinadores y corredores, pensando en si debería sentirse culpable por estar allí y en por qué no era así. Poco tiempo atrás, frente al Pacífico, se había preguntado si los miles de kilómetros de separación entre ella y Christian y el vacío del espacio podían borrar sus errores ¿podía hacerlo también el par de cientos de kilómetros que los separaban ahora? En su mente no importaba, ya no sentía que estuviese cometiendo ningún error. Pensó que, en cierto modo, podía culpar de todo a Christian. Sabía que su manera de ser, un tanto infantil, era parte de su encanto y que ella misma había buscado eso en su marido. Christian había sido su amante, amigo, mascota e incluso una especie de hermano pequeño, pero se había cansado de ello. Como en una paradoja relativista, él había vuelto del espacio sin haber cambiado, pero para ella el tiempo había seguido avanzando de manera imparable.
La voz de César a su espalda llamó su atención. Marta se volvió para verlo avanzar en dirección a ella por el paseo, una vez a su lado él sonrió mientras decía algo que se perdió entre el ruido del oleaje y acariciaba con suavidad el collar que le había regalado la noche que se conocieron.