Wednesday, June 06, 2012

Descanse en paz

Don't think. Thinking is the enemy of creativity. It's self-conscious, and anything self-conscious is lousy. You can't try to do things. You simply must do things.


Monday, May 28, 2012

Titán en la estación de lluvias - Tartaglia Facula

El lamento metálico de los cables de acero se hizo oír por encima del siseo constante del vapor de agua y amoníaco y del crujir del terreno al sucumbir a la presión tectónica. El Tartaglia Facula continuaba desperezándose, sometiendo a los refuerzos que un ejército de operarios se afanaba por instalar a una tensión muy superior a la indicada en sus especificaciones técnicas. El criovolcán parecía querer sacudirse las torres colectoras que erizaban su perímetro, y por ahora lo estaba consiguiendo. Carles se sentía espeso, pesado y sufría uno de los dolores de cabeza más penetrantes que podía recordar. Ese era, sin duda, el peor lugar posible para tener resaca. Habría matado por una taza de café geano hirviente, un sillón cómodo, una bata suave y una aspirina, pero se tuvo que conformar con unos sorbos de solución de cafeína a través del tubo hidratador de su casco, una suave dosis de analgésico suministrado a través del parche médico de su traje de trabajo y el sillón tosco, resistente, funcional e inhumanamente incómodo del vehículo de mantenimiento.
-Esto no va a funcionar -susurró para sí mismo.
Pero las reparaciones tendrían que bastar, y tenían que acabarse pronto. Había mucho trabajo que hacer en todo el perímetro del criovolcán y otra erupción como la que había dañado los colectores supondría la muerte de todo el equipo si no terminaban a tiempo para situarse a una distancia segura. Dio algunas órdenes a través del dispositivo de comunicación y un torrente de datos llegó a su asistente de trabajo desde los puestos de trabajo distribuidos por todo el área. No mostraban buenas noticias, la lluvia había provocado una desviación en el tiempo necesario para completar las reparaciones que situaba la finalización de las mismas después de la estimación inicial realizada a partir de las fotografías aéreas. Si querían salir vivos de allí no podían instalar todos los refuerzos antes de la siguiente erupción, que probablemente confirmaría que el criovolcan había subido de categoría, destrozando toda la instalación y obligándoles a volver para alzar todo un sistema hidrocolector a partir de cero bajo una incesante lluvia de metano líquido, hielo y roca. En ese momento Carles se dio cuenta de que odiaba su trabajo, que odiaba Titán y que ya no había nada que le retuviese en esa roca perdida en medio del Sistema Solar.

Friday, May 25, 2012

Titán en la estación de lluvias - Vacaciones


Christian dejó que la marea lo meciese con suavidad mientras observaba el cielo azul y despejado de la costa atlántica. El sonido del oleaje cambiaba según sus oídos entraban y salían del agua creando una secuencia hipnótica que comenzaba a sumirle en un estado de sopor. Deseaba poder pasar el resto del día siendo acunado por las olas pero las yemas de sus dedos, rugosas como los campos de dunas de Belet, indicaban que ya era hora de volver a la playa donde Marta deslizaba distraídamente sus dedos sobre la pantalla de un lector digital de documentos protegida de los rayos del sol bajo una sombrilla.

-¿No te apetece nadar?- preguntó Christian mientras se recostaba sobre su toalla para secarse al sol.
-No sé- El tono de la respuesta de Marta mostraba su falta de interés en el tema, a pesar de lo cual siguió con la conversación -¿Está muy fría?
-Helada.
-Entonces no.
-Blandengue- dijo él deslizando su mano húmeda y gélida bajo la amplia blusa de lino de Marta, lo que provocó que ella diese un pequeño salto en la tumbona.
-Idiota- gruñó ella arrojando arena sobre Christian de un manotazo.

Christian se puso en pie y, mientras retiraba la arena pegada a su piel con la toalla y observó el paisaje que le rodeaba. Se encontraban bajo la sombra de una formación rocosa que dividía la playa en dos lenguas de arena clara que se extendían hasta desaparecer en el horizonte; si ignoraba los árboles que crecían unos metros más allá de las dunas Cristian podía imaginar que estaba en una versión luminosa de la frontera entre Dilmun y Shangri-la.

-Tenías razón-
-¿En qué?- preguntó Marta, que había vuelto su atención al lector de documentos.
-Venir aquí ha sido mejor idea que ir a Constanza.

Algo se agitó dentro de Marta. Cuando Christian había propuesto Constanza como lugar para realizar un viaje juntos, ella se había apresurado a proponer otro destino. España fue una elección lógica, pues hacía años que Marta no volvía a su país de origen, nunca habían estado allí juntos y, si Cristian quería unas vacaciones en la costa, conocía los lugares que serían de su agrado. Sin embargo, razones tan válidas se veían eclipsadas por su deseo de apartar a Christian de Constanza. Tal vez quería conservarla como un lugar sólo para César y para ella o quizá temiese que, solo por estar allí, Christian pudiese encontrar una pista que le permitiese descubrir su infidelidad. Marta odiaba que la simple mención de un lugar bastara para que se sintiese como una niña que intenta ocultar a sus padres una trastada que se le ha ido de las manos. Odiaba que un aspecto de su vida escapase de su control hasta el punto de sentirse como si se estuviese chantajeando a sí misma. Odiaba sentirse culpable por no sentirse culpable.

-Supuse que esto te gustaría te gustaría más que el Mar Negro –Marta plegó el lector y lo metió en el capazo que descansaba a su lado-. Además, ya puestos a hacer un viaje es mejor aprovechar e irse lejos ¿no?
-Bueno, con los millones de kilómetros que llevo acumulados creo que ya no noto la diferencia.
-Ya habló el marciano –bufó Marta.
-De marciano nada, guapa –se apresuró a responder Christian con indignación no del todo fingida-, yo soy cien por cien joviano. Los marcianos son todos gilipollas.

***

Más tarde, protegidos del intenso sol por los paneles translúcidos que se extendían de lado a lado de la calle, Marta y Christian disfrutaban de un plato tradicional de pescado frito en la terraza del tipo de restaurante que parece atrapado en una burbuja de tiempo estático. Con el apetito desatado debido a la larga jornada de natación, Christian apenas se detenía para apartar las espinas al borde del plato.

-Desde que has llegado parece que solo pienses en comer –comentó Marta-. Vas a acabar pesando doscientos kilos.

Christian se encogió de hombros y vació su vaso de vino para ayudar al pescado a descender hasta el estómago.

-Da igual, todo el peso que gane aquí lo perderé en cuanto vuelva a Titán. Allí no engordaría ni con receta médica.

Christian levantó su mano para llamar la atención del camarero y señaló a la botella vacía que había en el centro de su mesa. Antes de que pudiese pedir otra -una de las pocas cosas que Marta había conseguido enseñarle- una voz llamó su atención desde su espalda. Christian se volvió y su cara se congeló por el asombro.

-¿Isabel? –preguntó con un tono situado en algún lugar entre la sorpresa y el pánico.
-Hola –Isabel se acercó a la mesa sonriendo. Nerviosa, jugó con la correa de su bolso arrepintiéndose de inmediato de haber llamado la atención de Christian.
-Hola.

Christian había conseguido controlar su tono. Sin embargo la presencia de Isabel allí, a millones de kilómetros del lugar donde debería estar, paseando por una calle estrecha de un pueblo perdido en la costa de Cádiz en el momento exacto en el que comía con su mujer era algo que no podía asimilar. Simplemente, los números no cuadraban. En un intento de aportar normalidad a la escena Christian se levantó y saludó a Isabel con toda la naturalidad de la que fue posible y se volvió hacia su mujer para presentar a su amiga.

-Marta, esta es Isabel, de Titán.
-En realidad soy de Mercurio– apuntó Isabel acercándose a Marta para saludarla-, pero trabajo en Titán... con Christian.

Marta sonrió y asintió con aprobación, durante unos segundos se produjo un silencio que Christian se apresuró a romper.

-La familia de Isabel era de España –dijo, arrepintiéndose de haber hecho ese comentario de inmediato. Se imaginó interminables conversaciones en español que él no entendería y que, inevitablemente, tratarían sobre él y le llevarían a un desastre que empezaba a paladear.
-¿Sí? –dijo Marta en español, confirmando los temores de Christian- ¿Y habías estado antes en España?
-En realidad nunca había estado en la Tierra –respondió Isabel también en español, situando a Christian al borde del infarto-. Elegí esta zona porque mi abuelo era de un pueblo de aquí cerca, aunque ya no existe.

Christian carraspeó lo más sonoramente que pudo. Las dos mujeres dirigieron su mirada hacia él antes de compartir una mirada demasiado cargada de complicidad espontánea para su gusto.

-No tenía ni idea de que tuvieses pensado venir a la Tierra –dijo Christian, reconduciendo la conversación a un idioma comprensible y a un terreno que pudiese controlar- ¿Has venido con Carles?
-No. Sola.

La tajante respuesta de Isabel hizo suponer a Christian que algo había ocurrido entre Isabel y su marido. No era raro que un matrimonio se tomase vacaciones por separado debido a lo draconiano de la gestión de recursos humanos de las colonias, pero el tono de la respuesta delataba la existencia de problemas entre la pareja. Problemas de los que, muy probablemente, él formaba parte.

-¿Y por qué no te vienes con nosotros esta noche? –La oferta de su mujer sorprendió a Christian, que, ensimismado en sus suposiciones, había perdido la ocasión de despedirse de Isabel y dar el encuentro por terminado- Nos han invitado a una fiesta en un pueblo de aquí al lado, te va a encantar.
-No quiero molestar –dijo Isabel haciéndose de rogar.
-Tonterías –Marta rebuscó en el capazo de mimbre hasta que encontró su dispositivo de comunicaciones-. Te paso mi contacto y hoy a las ocho me llamas para quedar, para qué vas a estar tú sola estando nosotros aquí.

Isabel abrió su bolso y extrajo un pequeño dispositivo de comunicaciones de viaje que acercó al de Marta. De inmediato, los datos de contacto de su mujer viajaron al interior del dispositivo de su ex amante y Christian sintió la punzante seguridad de que algún día recordaría ese momento como la firma de la sentencia de muerte de su matrimonio.

Wednesday, February 22, 2012

Titán en la estación de lluvias - Cita en Constanza

A medida que el coche eléctrico avanzaba a máxima velocidad por la autopista en dirección a Constanza el cielo parecía ampliarse como suele hacer cuando el que lo observa se acerca al mar, como si al verse libre de las ataduras de la tierra pudiera desplegarse apropiadamente. La conducción asistida por IA permitió a Marta disfrutar del cielo emergente mientras una melodía de piano suave e hipnótica llenaba el interior del vehículo, llevándola con suavidad a un estado letárgico que terminó cuando el aviso de navegación de la computadora de a bordo le dio la señal de que debía hacerse de nuevo con el control del coche para incorporarse al tráfico urbano.
En Constanza el aire era húmedo y espeso pero limpio, lo que hacía que todo pareciese más luminoso. Como era habitual Marta había llegado pronto a su cita, por lo que caminó sin prisa por el paseo marítimo en dirección al Casino esquivando a ciclistas, patinadores y corredores, pensando en si debería sentirse culpable por estar allí y en por qué no era así. Poco tiempo atrás, frente al Pacífico, se había preguntado si los miles de kilómetros de separación entre ella y Christian y el vacío del espacio podían borrar sus errores ¿podía hacerlo también el par de cientos de kilómetros que los separaban ahora? En su mente no importaba, ya no sentía que estuviese cometiendo ningún error. Pensó que, en cierto modo, podía culpar de todo a Christian. Sabía que su manera de ser, un tanto infantil, era parte de su encanto y que ella misma había buscado eso en su marido. Christian había sido su amante, amigo, mascota e incluso una especie de hermano pequeño, pero se había cansado de ello. Como en una paradoja relativista, él había vuelto del espacio sin haber cambiado, pero para ella el tiempo había seguido avanzando de manera imparable.
La voz de César a su espalda llamó su atención. Marta se volvió para verlo avanzar en dirección a ella por el paseo, una vez a su lado él sonrió mientras decía algo que se perdió entre el ruido del oleaje y acariciaba con suavidad el collar que le había regalado la noche que se conocieron.

Thursday, January 26, 2012

El Síndrome de Encélado

97%. 98%. 99%. 100%.
Con un sonido suave y una cara sonriente en la pantalla del maletín de mantenimiento se confirmó lo que Pascal ya intuía cuando había comenzado las pruebas en el asistente doméstico pero que, a petición del preocupado colono que le observaba desde la puerta de la habitación, llevaba horas intentando desmentir. Pascal dedicó unos segundos a observar al robot sentado frente a él, incapaz de recordar cuántas veces había tenido que pasar de ser un técnico de mantenimiento a hacer de psicólogo amateur y se preguntó cómo reparar robots mineros a lomos de un cometa o recolectar plasma en la corona solar podía resultar más deseable que hacer entrar en razón a un colono paranoico.

-Las pruebas de software son negativas –dijo mientras cerraba el maletín y comenzaba a desenchufar los cables que salían del cerebro del robot-, todo está en orden.
-¿Puede ser un virus? –la pregunta del colono no sorprendió a Pascal, pues la había respondido decenas de veces con anterioridad.
-Las pruebas software incluyen comprobaciones de virus –respondió Pascal con toda la calma que fue capaz de reunir-, su robot está limpio.
-¿Y si hay algo ejecutándose que no deba estar ahí? –insistió el colono.

Pascal hizo una pausa antes de responder mientras el deseo de decirle a su cliente que lo que necesitaba es medicación y menos tiempo libre comenzaba a convertirse en una necesidad.

-Los asistentes domésticos usan inteligencias artificiales muy simples –afirmó mientras cerraba la cabeza del robot-, las pruebas que acabo de hacer simulan ejecuciones de todas las líneas de código que hay aquí dentro y puedo asegurarle que no tiene nada que temer.

El colono parecía intentar fundir la circuitería del robot con la mirada mientras se esforzaba en recordar posibles áreas en las que el electrodoméstico podría fallar. Por fin creyó haber encontrado algo pero, como si pudiese leer sus pensamientos, Pascal se adelantó a su pregunta.

-Ya he comprobado los circuitos asimovianos, funcionan correctamente y el precinto está intacto. Tanto a nivel hardware como software su robot está perfectamente, como si acabase de salir de la fábrica.
-¿No puede llevárselo, hacer que me asignen uno nuevo? –preguntó el colono, aterrorizado ante la idea de quedarse a solas con la máquina.
-Sabe que ningún domicilio de la colonia puede prescindir de su robot doméstico, no puedo retirarlo si funciona correctamente.
-¡Pero no funciona correctamente! –aulló el colono- ¡No sé cómo tengo que decírselo!
-Por favor, cálmese –Pascal se esforzó por sonar conciliador-, cuando se comparte espacio con inteligencias artificiales humanoides en ambientes aislados es normal desarrollar…

Pascal se detuvo, sabía por experiencia propia que nombrar el síndrome de Encélado sólo servía para que los afectados se pusiesen a la defensiva.

-No estoy loco –repuso el colono antes de que Pascal pudiese pensar en un eufemismo con el que referirse al síndrome-, sé lo que insinúa y le digo que no me lo estoy imaginando, ese trasto –el colono extendió su brazo y apuntó con su dedo al androide doméstico como si se identificase al acusado en un juicio por homicidio- planea algo contra mí.

Pascal tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir una carcajada. Suponer que un androide doméstico pudiera desarrollar una actitud homicida le parecía tan risible como afirmar que una sandwichera podía intentar envenenar el almuerzo de su dueño, pero burlarse de ello sin duda habría disparado una respuesta violenta y no quería que esa fuese otra ocasión en la que usar el táser con un cliente. Por fin Pascal tuvo una idea que podía ahorrarle una discusión estéril y gigabytes de papeleo.

-Mire –susurró mientras echaba un vistazo rápido a ambos lados-, esto no puede salir de aquí ¿puedo confiar en su discreción?
-Por supuesto –afirmó el colono.
-No es usted el primer colono en quejarse de un… comportamiento anómalo en su androide doméstico –continuó Pascal bajando aun más el volumen de su voz-; ha habido cientos de casos en todo el satélite pero la ACI lo ha silenciado porque el coste de reemplazar todas las unidades en todo el Sistema Solar sería brutal.
-Claro –susurró el colono mientras asentía con efusividad-, brutal.
-En otros casos sólo es un comportamiento extravagante o negligente, ya sabe, rompen un par de platos o usan sal en vez de azúcar, pero veo que usted tiene un auténtico problema, así que voy a reprogramar la matriz de personalidad de su androide.
-¿Eso bastará? ¿Por qué no lo ha hecho antes?
-Porque es ilegal –exclamó Pascal-, esto no puede salir de aquí o el único trabajo que conseguiré será como técnico de mantenimiento en Plutón.
-Claro –dijo de nuevo el colono, emocionado-, me hago cargo. No se preocupe, esto no saldrá de aquí.

Aliviado al ver que el colono se había tragado su historia Pascal abrió la cabeza del androide, volvió a conectar el cerebro artificial a su maletín, se sentó frente al colono y se dispuso a revisar su correo electrónico.