Tuesday, March 08, 2011

Titán en la estación de lluvias - El Consorcio Solar de Transportes les desea un feliz viaje

Gruesas gotas de lluvia negra comenzaron a golpear la bóveda transparente que cubría la sala de espera del elevador orbital. Christian desvió la vista del colorido conjunto de gráficos que fluctuaban en su lector personal y miró hacia el paraje rocoso del exterior, dentro de poco la depresión junto a la que estaba situada la colonia se convertiría en un lago de metano y la llanura volvería a cubrirse de alquitrán. Pensó en lo hermoso que era Titán en otoño y lamentó tener que perderse el inicio de la estación de lluvias, cuando los ríos viscosos y negros llenaban de nuevo los canales y las tormentas de metano azotaban el cielo con furia.
El sonido de un par de tacones resonando en la estancia lo sacó de su ensimismamiento. Era una mujer de escasa estatura, aun contando con la altura de sus tacones, y Chrisitan la reconoció de inmediato como María Lavega, parte de un grupo de ejecutivos al que había mostrado las instalaciones de la Corporación Energética Europea en Titán. Al ver la expresión desconcertada de su rostro decidió compartir con ella su experiencia en viajes interplanetarios.

-¿Señorita Lavega? –Preguntó mientras se acercaba a ella.

La mujer se volvió hacia Chrisitan e hizo un esfuerzo visible por recordarle.

-Christian Lefebvre –Dijo esbozando una sonrisa conciliadora y extendiendo su mano hacia ella-, fui su guía en la visita a las minas ecuatoriales.

-¡Sí! –La mujer devolvió la sonrisa y estrechó la mano de Christian- Siento no haberle reconocido.

-No se preocupe –respondió Christian-.

El ruido cada vez más intenso de las gotas al golpear la bóveda llamó la atención de la mujer, que alzó la vista y esbozó una mueca de desagrado al ver los regueros negros que descendían por la estructura.

-Es usted nativa de la tierra ¿verdad?

-¿Tanto se nota? –preguntó ella.

-Desde luego, los geanos estáis obsesionados con vuestros prados cubiertos de césped, la lluvia transparente y el cielo azul.

-Mira que somos raros –la mujer sonrió, lo que agradó a Christian.

A pesar de no ser nativo de Titán, Christian tendía a desarrollar un fuerte apego por los lugares en los que se asentaba y le disgustaba que los visitantes se sintiesen incómodos. Su experiencia le había demostrado que esto era especialmente común en los nativos de la Tierra, quienes, efectivamente, parecían encontrarse a disgusto en cualquier lugar que no fuese el planeta en el que nacieron. Christian miró de nuevo hacia el exterior, la tormenta había aumentado su intensidad y estimó que aun tardaría media hora en calmarse. El clima en Titán era maravillosamente predecible.

-Normalmente los lanzamientos del elevador se aplazan cuando empieza una tormenta. Probablemente no salgamos hasta dentro de una hora ¿Le apetece tomar una copa?

María dudó. A Christian no le pareció extraño, los ejecutivos de cierto nivel solían ser gente esquiva y desconfiada, pero la tensión y el incómodo silencio desaparecieron cuando la megafonía anunció que el lanzamiento orbital se retrasaría debido al mal tiempo.

-Será un placer –dijo María sonriendo de nuevo.



El camarero sirvió las bebidas, Whisky con hielo para Christian y una cerveza sin alcohol para María. Christian se preguntó si era abstemia o si era una muestra de desconfianza, lo que le parecía un absurdo ya que, en todo caso, era ella la que podría sacar beneficio de un desliz informativo por parte de Chrisitan. Los ingenieros como él tenían pocas posibilidades de ascender a cargos realmente elevados, y menos mediante el uso de la información que pudiese obtener de un ejecutivo, y de todos modos eso no era algo que le interesase. Él era feliz allí, entre dunas de carbón y manantiales de benceno ¿Qué clase de ingeniero podría desear una vida de reuniones, golf neuronal y burocracia cuando disponían de todo un sistema solar lleno de retos para la mente humana?

-Entonces ¿es usted de Titán? –preguntó ella haciendo regresar a Chrisitan, cuya conciencia se encontraba ya en ruta hacia las minas de gas jovianas.

-No, estoy aquí por trabajo –respondió tras darle un trago a su copa-, he estado supervisando las minas tres años y por fin tengo vacaciones, aunque luego tendré que volver porque la cosa va para largo. Ahí fuera el trabajo se eterniza sin la gravedad artificial.

La mujer levanto la mano para detener la lección técnica que, sin duda, Christian se disponía a impartir.

-Tranquilo, presté atención a sus charlas en las dunas ecuatoriales –dijo María sonriendo-, pero creo que mi cerebro ya no admite nueva información sobre tuneladoras y gaseoductos.

Ambos rieron quedamente convencidos de que podían aburrirse mutuamente hasta la muerte. Se produjo un largo silencio que fue roto por un aullido grave procedente del exterior, audible por encima del hilo musical. La pareja reconoció el característico sonido de un proyector gravitónico al ponerse en marcha, seguido del estallido sordo y el rugido producido por los gruesos cables del elevador al ser proyectados hacia más allá de la atmósfera.

-Odio estos viajes -murmuró María- preferiría que me hubiesen hibernado ya en el hotel.

-¿Miedo a volar?

-No, volar por el espacio no me da miedo, pero ese trasto me aterroriza –respondió ella.

Christian pensó en la infinidad de viajes interplanetarios que había realizado desde que era un niño. Siempre se había sentido afortunado por ello; paisajes que años atrás eran apenas soñados por unos pocos se habían convertido en una visión familiar para él y le gustaba pensar que había contemplado gran parte de la belleza que el Sistema Solar puede regalar al hombre.

-Supongo que es falta de costumbre, yo lo he hecho tantas veces que apenas pienso en el viaje. Aunque sí que me pongo nervioso al hacer la maleta, no importa lo que haga porque siempre me olvido de algo.

-¿Y que te has olvidado esta vez? –preguntó María pasando al tuteo.

-Supongo que me acordaré en cuanto me siente en la lanzadera, o cuando llegue a casa de –Christian se detuvo, poco sorprendido de que no considerase el piso que compartía con Marta como su hogar-, bueno, cuando llegue a mi piso en la tierra. Siempre pasa igual.

-¿Compartes piso?

El tono de la pregunta de María confundió a Christian, que nunca había sido muy bueno a la hora de descifrar a la gente. Se detuvo a observarla antes de responder pero el lenguaje corporal rara vez le aportaba información valiosa, o al menos información que pudiese utilizar.

-Sí, con mi mujer. Y en respuesta a la pregunta que me vas a hacer a continuación: llevamos bien lo de la distancia –mintió él.

María dirigió la vista hacia la mano de Christian, en la que no podía verse anillo alguno, y subió su mirada hacia sus ojos enarcando las cejas.

-Me molesta para trabajar –mintió Christian de nuevo inclinando su dedo anular hacia el pulgar.

La conversación fue interrumpida por una suave voz de mujer llamando a los pasajeros del elevador orbital a las puertas de embarque. Ambos terminaron sus consumiciones y volvieron a la sala de espera, donde se habían formado diversas colas de pasajeros separados por sus respectivos destinos.

-Madrid –dijo María levantando su billete.

-Bucarest –dijo Christian respondiendo al gesto-. Ha sido un placer.

Christian extendió su mano para despedirse, pero María se limitó a darle un golpe suave en la mano con su billete.

-Ya nos veremos.

Tras su despedida la mujer se volvió hacia su puerta y Christian deseó haber respondido algo más inteligente que un primitivo “¿Eh?”. Confuso, se dirigió a la puerta de embarque de los viajeros con destino a Rumanía. Tras la identificación biométrica atravesó el túnel de esterilización ultravioleta y embarcó en la enorme estructura del elevador a través de la escotilla de pasajeros. Allí ocupó su asiento y una amable azafata vestida con un provocativo uniforme amarillo del Consorcio Solar de Transportes le ayudó a colocar las sujeciones de seguridad. Unos minutos después la estancia resonó con el rugido del despegue y Christian sonrió al recordar al fin qué había olvidado al hacer el equipaje.