Thursday, January 13, 2011

Ojos de fuego

-No existe el Ojos de Fuego –susurró Ahmed tratando de convencerse a sí mismo mientras esperaba agachado en su escondrijo tras una pila de neumáticos-, os lo habéis inventado para reíros de mí.

A su lado, oculto entre las sombras proyectadas por la luna llena, Alí observaba con ojos de búho el inmenso desierto plateado que se extendía más allá de la aldea como un inmenso océano de mercurio.

-No nos lo hemos inventado –replicó-, pero no aparecerá si no te callas de una vez.

Ahmed obedeció y los dos niños permanecieron agazapados en la oscuridad. Vigilaban el desierto a la espera de un movimiento que desvelase la presencia de la criatura, el espectro de ojos llameantes que, según algunos, recorría la aldea al caer el sol.

-Sabía que te lo habías inventado –dijo Ahmed tras bostezar sonoramente-, me voy a mi casa.

Ahmed no pudo levantarse, Alí aferraba su brazo.

-Está allí –susurró el muchacho acercando el rifle de su padre al pecho-, creo que nos está mirando.

Ahmed miró al frente y vio los ojos de la criatura entre la sombra de uno de los miserables matorrales que plagaban el pedregoso páramo, dos puntos luminosos suspendidos en la oscuridad que parecían observarlos a través de su parapeto.

-Voy a cazarlo –dijo Alí mientras deslizaba su mano hacia el cerrojo del rifle.

Ahmed, aterrorizado, intentó impedírselo. Alí se deshizo de él de un manotazo, amartilló el rifle con rapidez y se incorporó dispuesto a disparar a su presa, pero ésta ya no estaba allí, donde segundos antes se encontraban los dos puntos de luz ahora solo había sombras. Dudó ¿la criatura estaba aun en el mismo lugar o se había movido mientras forcejeaba con su primo? Dedicó una furiosa mirada a Ahmed y salió de su parapeto envalentonado por el arma que apretaba contra su mejilla. Poco a poco se adentró en el desierto con la vista fija en el lugar donde habían visto al Ojos de Fuego sin darse cuenta de su error hasta que oyó a Ahmed gritar su nombre. Antes de que pudiese reaccionar se encontraba tendido boca arriba en el suelo, aturdido y desarmado frente al espectro.
El Ojos de Fuego parecía un hombre pero su piel era completamente diferente a cualquier cosa que Alí hubiese visto antes, parecía absorber la luz de la luna convirtiendo a la criatura en una masa oscura; sólo sus ojos, fríos y brillantes como el cristal, podían distinguirse entre la uniforme oscuridad. Alí cerró los ojos y se encogió a la espera de un golpe de gracia que no llegó, cuando se atrevió a abrirlos de nuevo vio al ser agachado junto a él con la mirada fija en el horizonte. Sus ojos llameaban de nuevo con un resplandor verde y pudo oír cómo la criatura murmuraba algo en una lengua que desconocía mientras se incorporaba con una velocidad inhumana y comenzaba a correr hacia el pueblo. Intrigado y aterrorizado a partes iguales Alí giró la cabeza para saber qué había espantado al monstruo, aunque la respuesta era evidente: un monstruo aun peor. Agitando sus alas a tal velocidad que apenas parecían moverse una inmensa bestia de brillante metal volaba hacia el lugar en el que Alí se encontraba postrado en el suelo.
Mientras tanto, Ahmed estaba a punto de morir de puro terror. No había sido capaz de avisar a tiempo a su primo del ataque del Ojos de Fuego, que ahora se dirigía corriendo hacia él seguido de una infernal bestia voladora similar a una libélula cromada de proporciones gigantescas. En su mente se agolparon docenas de maneras de morir que pensó serían del gusto de las dos criaturas, pero pronto se dio cuenta de que aun había esperanza ya que el monstruo volador no volaba con el Ojos de Fuego, si no tras él. El Ojos de Fuego corría veloz, zigzagueando y seguido por una lluvia de dardos que volaba desde la cabeza de la criatura de metal. Antes siquiera de que Ahmed pudiese asimilar la escena el Ojos de Fuego pasó corriendo a su lado silencioso y veloz como una sombra, seguido de cerca por su perseguidor.

-¡Vamos! –Le gritó Alí segundos después mientras pasaba corriendo a su lado- ¡Corre o los perderemos!

Ahmed dudó. Pensó en que sería más seguro quedarse allí y esperar resguardado a que los dos monstruos terminasen con lo que tuviesen que hacer en el pueblo, pero descartó la idea en cuanto imaginó los horrores que aun podía escupir el desierto esa noche y se unió a la persecución entre las chabolas de plástico y aluminio.



Minutos después la tranquilidad reinaba de nuevo, sólo el incesante aleteo del enorme insecto metálico rompía el silencio mientras sobrevolaba el asentamiento en busca de su presa, que con una agilidad inhumana había dado esquinazo a su perseguidor en el laberinto de paredes de plástico y tejados de metal corrugado.

-¿Ha conseguido escapar? –susurró Ahmed desde su nuevo escondrijo tras el silo de grano.
-No creo –respondió Alí, que observaba la escena encaramado a las vigas que sostenían la estructura- si hubiese salido del pueblo al dragón lo habría visto, fuera no hay dónde esconderse.
-Pero puede hacerse invisible.
-No puede hacerse invisible, tonto, simplemente se le ve mal de noche, pero eso no le sirve porque los dragones ven en la oscuridad como los gatos –sentenció Alí indignado por la ignorancia de su primo.
-Claro –Ahmed intentó acomodarse en su escondite pero estaba agotado y la situación empezaba a resultarle aburrida- ¿Qué hacemos ahora?
-Tenemos que ayudarle –dijo Alí con severidad mientras descendía con cuidado de no llamar la atención de la bestia voladora.
-¿Al dragón? –preguntó Ahmed, que sentía como el terror recuperaba terreno al aburrimiento.
-No, al Ojos de Fuego, el dragón es malo, todos lo son.
Ahmed volvió su vista hacia el dragón ¿Qué posibilidades tenían contra un oponente capaz de hacer huir a un ser sobrenatural como el Ojos de Fuego?
-Yo me voy a casa.
-¿A qué casa? –Le preguntó Alí, a quien empezaba a irritar la cobardía de su primo- cuando se canse de buscar empezará a escupir fuego y quemará todo el pueblo.

Ahmed sopesó las palabras de Alí. Tenía razón, los dragones solían hacer ese tipo de cosas, pero era incapaz de imaginar cómo podían hacer frente a semejante oponente.

-¿Vamos a por el rifle de mi padre?
-No servirá, necesitamos las armas del herrero.
-¿Para qué nos va a servir un martillo? –preguntó Ahmed intrigado y confuso.

Alí miró fijamente a Ahmed, a veces dudaba de si el año que les separaba era lo que hacía que a veces le pareciese un poco lento o si realmente era tonto de remate. Con cuidado de no ser visto se dirigió hacia la casa del herrero seguido por su primo y allí, oculta tras la fragua, descubrió la trampilla que ocultaba la entrada al arsenal del herrero, al que descendieron a través de un angosto túnel excavado en el suelo.

-Mi padre me cuenta muchas historias de cuando estuvo en la guerra con el herrero –Alí alzó la linterna de aceite de Ahmed iluminando con su tenue luz una amplia galería, al fondo de la cual se encontraban apiladas una serie de cajas cubiertas por una espesa capa de polvo del desierto-, al parecer en aquella época cazaban máquinas que eran capaces de volar como el dragón. También me dijo que si algún día la familia estaba en peligro podía encontrar armas aquí para defendernos.
-El herrero nos va a matar –gimió Ahmed.
-De eso nada, cuando matemos al dragón seremos héroes –respondió Alí mientras deslizaba su mano sobre las cajas retirando el polvo y descubriendo una serie de caracteres extraños cuyo significado desconocía- las mujeres pondrán nuestros nombres a sus hijos y nos casaremos con las chicas más guapas del pueblo. A lo mejor hasta nos nombran jefes.

Ahmed comenzó a soñar despierto. Muammar, el jefe del poblado, tenía tantas cabras que necesitaba a gente que las pastorease por él y podía permitirse tener tres mujeres, nada menos. La idea de ser un héroe con un inmenso rebaño de cabras y un harén propio llenó su corazón de coraje, coraje que se disipó cuando una enorme sombra pasó a su lado. El grito ahogado de Ahmed sobresaltó a Alí, que de nuevo se topó con la figura del Ojos de Fuego. La criatura estudió las cajas amontonadas con sus llameantes ojos incrustados en su rostro sin facciones. Una de ellas pareció llamar su atención, con un leve gesto apartó a Alí y sus fuertes manos retiraron la tapa de una de las cajas, de cuyo interior extrajo un extraño tubo de metal verde. Un escalofrío recorrió a los dos muchachos cuando un sonido metálico y entrecortado surgido de la criatura llenó la estancia, habrían jurado que el Ojos de Fuego estaba riendo.



Al día siguiente, cuando el sol animó por fin a los asustados aldeanos a salir de sus casas, todos se sorprendieron al ver los restos destrozados y aun humeantes del poderoso dragón metálico derribado en las afueras del pueblo. Se sorprendieron aun más cuando vieron a dos pequeñas figuras desnudas, cubiertas de ceniza de los pies a la cabeza, que danzaban sin cesar alrededor de la bestia mientras alzaban sus poderosas lanzas de metal verde hacia el aire recitando su extraño mantra una y otra vez.

-¡RPG! –Aullaban-, ¡RPG!

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