Friday, February 07, 2014

Titán en la estación de lluvias - Mejores lugares en los que estar

Sentada en el borde de la cama con las rodillas pegadas al pecho, Mirjam parecía una exótica ave de otro mundo. Su perfil anguloso cortaba suavemente la maraña de serigrafías que decoraban la pared y las escamas de carbono que formaban su cabellera cambiaban caprichosamente de color bajo la luz que se filtraba a través de las cortinas mientras decoraba con cuidado las uñas de sus pies. Christian deslizó su dedo índice sobre la piel de su espalda siguiendo el diseño geométrico de los implantes subdérmicos que, bajo la luz negra, dibujaban patrones sinuosos que complementaban los movimientos sugerentes y serpenteantes de Mirjam cuando bailaba sobre la plataforma del club Fluturi.

-Vas a conseguir que me pinte todo el pie –susurró.

-Si no tuvieses una piel tan suave no estaría tocándote todo el día –Christian acercó su cuerpo al de Mirjam, desplazando las manos hacia su vientre mientras hundía la cara en su melena sintética en busca de su cuello. Mirjam soltó una carcajada mientras se incorporaba de un salto antes de dejarse caer sobre él.

-¿Seguro? –Preguntó desde su posición, sentada sobre el pecho de Christian- lo que yo creo es que eres un viejo verde y que tendría que cortarte las manos para que me dejaras en paz.

-Eres tú la que casi se me sienta en la cara.

Christian deslizó las manos a lo largo del cuerpo de Mirjam desde las caderas, ascendiendo lentamente hacia su pecho; ella sonrió y le observó ladeando levemente la cabeza, como si no estuviese segura de qué hacer con su presa.

-No tengo tiempo para esto –exclamó mientras rodaba hacia el borde de la cama. Se incorporó de un salto, miró hacia sus pies y dejó escapar un quejido antes de empezar a rebuscar entre las cajas amontonadas en una de las esquinas de la ruinosa habitación.

-¿Esperas encontrar algo en ese desastre?

-No te pases de listo –bufó Mirjam-, por tu culpa voy a tener que llevar zapatos cerrados.

-¿Sabías que en Titán no está permitido llevar calzado abierto en las zonas comunes?

Mirjam detuvo su búsqueda y miró a Christian como si hubiese blasfemado contra todos sus dioses.

-Política sanitaria –dijo él encogiéndose de hombros.

Unos minutos más tarde Mirjam estaba vestida y dispuesta para marcharse pero, a pesar de tener prisa, se detuvo un instante mientras Christian la observaba. Le gustaba la expresión de sus ojos, como si hubiese descendido por primera vez a las simas de Europa para ser testigo de la danza de los pólipos fosforescentes. Apoyó sus manos en la cintura y desplazó su peso a su cadera derecha, haciendo que la luz jugase con el tejido sintético de su vestido.

-¿Tienes planes para hoy? Faltan dos de las chicas así que el ensayo va a ser corto.

Christian sonrió. El pitido de su dispositivo de comunicaciones interrumpió su respuesta.

-Un momento –Christian se inclinó sobre los bloques de poliestireno que hacían de mesa de noche y arrastró los dedos sobre la pantalla para acceder al mensaje. La sonrisa se borró de su cara-. Lo de esta tía no tiene nombre.

***

Christian intentó leer durante su trayecto hacia Pitesti, pero no era capaz de concentrarse. Las cosas que podría estar haciendo –como disfrutar de una cerveza junto al río, pasear por el Jardín Botánico o zambullirse entre las piernas de Mirjam- goteaban sobre su coronilla como una tortura que se había convertido en su compañera de viaje en un autobús que le llevaba en dirección a un lugar en el que no quería estar, rumbo a un encuentro con una persona a la que había decidido no volver a ver. Una vez en Pitesti atravesó la ciudad maquinalmente, entró en la Universidad y caminó con rumbo fijo hacia el despacho de Marta, tenso ante la posibilidad de encontrarse con alguien que conociese. Su relación con los amigos de Marta siempre había resultado incómoda al no haber conseguido nunca llegar a conectar del todo con ellos, pero que sus compañeros de trabajo habían tratado con él obligados por un sentido de lo socialmente convencional era evidente. Aunque no era algo que les reprochase o que no fuese recíproco, ya que tan solo coincidían en las ocasiones en las que visitaba la Tierra en alguna celebración de la Universidad o los eventos culturales en Pitesti o Bucarest a los que era arrastrado ocasionalmente por Marta, no tenía prisa por averiguar en qué se había convertido la obligación de hablar de obviedades ahora que se encontraba a una firma del divorcio con su compañera de trabajo.
Abrió la puerta del despacho de Marta sin esperar a recibir contestación a su llamada. La sorpresa fue visible en su cara apenas un segundo, sustituida rápidamente por la expresión severa que había adoptado cada vez más a menudo con el paso de los años.

-Podría haber estado reunida.

No obtuvo respuesta y Christian se limitó a cerrar la puerta tras de sí, analizando el despacho con la mirada mientras buscaba cambios desde la última vez que había estado allí sin saber por qué. Como si fuese una de las recepcionistas robóticas que asistían al público en las oficinas de las corporaciones japonesas, Marta cogió un lector de documentos que reposaba solitario sobre su mesa y lo extendió hacia Christian.

 -Los documentos. Puedes revisarlos si quieres.

-Tranquila, no hace falta que te levantes –dijo Christian mientras recorría la distancia que separaba la mesa de la puerta.

-No me montes un numerito pasivo-agresivo, Christian.

-La que ha montado un numerito cojonudo eres tú al hacerme venir aquí, podría haber firmado esto desde cualquier parte ¿Tenías miedo de que dejase el planeta estando aun casados o qué?

Marta no respondió, limitándose a levantarse de la silla y alisar de forma compulsiva las arrugas de su traje. Christian la conocía bien, sabía que era así como se comportaba cuando se sentía expuesta y comprendió que su comentario, aun siendo un ataque a ciegas, había dado en el clavo. Hasta ese momento había supuesto que su presencia allí obedecía a un capricho, que Marta había decidido divertirse a su costa como si se tratase de una niña aburrida y cruel. Ahora se daba cuenta de que estaba equivocado, aunque le habría gustado no estarlo. En ese momento se había hecho evidente el abismo que se había formado entre ellos; el tiempo y el espacio los habían erosionado deformándolos, convirtiéndolos en personas que ya no tenían nada que ver con quienes, años atrás, creyeron que eran perfectos el uno para el otro. Decidido a acortar el trámite Christian revisó las páginas del documento con rapidez, lo que resultó fácil debido a lo aburrido y estandarizado del documento, idéntico a los miles de acuerdos de divorcio que miles de personas estarían leyendo o redactando en aquel mismo instante.

-No sé –Marta pareció encontrar por fin una respuesta-, me pareció que algo como esto era mejor hacerlo... –Se detuvo antes de terminar la frase. Christian alzó la vista, su casi exmujer le miraba como si hubiese olvidado quién era él, o incluso ella misma- ¿Tienes purpurina en la cara?

-Es probable –Christian se esforzó lo suficiente para no sonreír y volvió a fijar su atención en el lector. El somero aseo al que se había sometido antes de tomar el autobús no había sido suficiente para borrar las huellas de la última noche con Mirjam.

Un silencio sólido ocupó el resto del tiempo que Christian requirió para revisar el acuerdo hasta que finalmente acercó su pasaporte al dispositivo, grabando su firma digital en el documento.

-No sé qué despedida es la más apropiada en estas situaciones –dijo extendiendo el lector de documentos hacia su exmujer, que le miraba aturdida.

***

Unos minutos más tarde el amargor de su primera cerveza como hombre divorciado se mezclaba con el sabor de un cigarrillo de THC mientras descansaba en el césped frente a la cafetería de la facultad. Cerca de él, un grupo de estudiantes repasaba apuntes en sus ordenadores y lectores de datos. Podía leer en sus caras el nerviosismo debido a la proximidad de los exámenes de recuperación, a los amenazantes límites de entrega de trabajos, a los problemas irresolubles en proyectos que dormirían para siempre en los discos duros del CPD de la universidad y que nadie volvería a ejecutar jamás. Sintió el impulso de correr hacia ellos y tranquilizarlos. “No os preocupéis”, les diría, “Todo esto pasará, y dentro de unos años ni siquiera recordaréis lo que habéis memorizado para los exámenes de mañana”. Les recordaría que el tiempo pasa para todos y que no se es veinteañero eternamente y ellos le mirarían incrédulos, preguntándose de dónde había salido ese despojo con la mejilla cubierta por la purpurina de los muslos de una go-go. En lugar de eso devolvió su atención al cigarrillo mientras una carcajada comenzaba a escapar de su interior ¿Era inusualmente fuerte o lo que sentía era una retroalimentación de todo lo que había consumido durante los últimos días? Pensó que tal vez no fuese nada de aquello o que fuese la suma de todo. No tenía manera de saberlo, por lo que simplemente se hundió en la hierba con la mirada fija en el cielo azul y despejado de la Tierra mientras sonreía como un idiota.

No comments: