La brisa marina, sucia y cálida, envolvió a Salvador en un abrazo salado; había leído que antes de la guerra el Egeo había sido un mar vivo, constantemente surcado por grandes barcos blancos llenos de gente maravillada por la belleza del mar y la gentileza del clima. Para Salvador todo eso parecía un cuento de hadas, un sueño sin ninguna relación con el caldo tóxico que se retorcía a sus pies.
Mientras sacaba un pequeño estuche negro del bolsillo de su chaqueta pensó que el mar y él mismo se parecían; tras un pasado glorioso ahora eran cadáveres ambulantes, sombras corruptas y virulentas de sí mismos.
Abrió el estuche y pasó uno por uno los parches de formas variadas y colores brillantes adornados con dibujos y logotipos; algunos ingeniosos, otros no tanto. Escogió un parche rectangular de color negro con un punto púrpura en el centro y lo aplicó en su cuello.
El parche comenzó a segregar la mejor mierda de Holanda en el organismo de Salvador, pensó que de nuevo se había dejado llevar por su vanidad; mientras el agonizante Egeo había vivido siglos de esplendor él había tocado fondo mucho antes, había perdido la capacidad de conmover a su público, sólo le quedaba su nombre, la gente acudía a verle porque había sido grande, porque era lo que había que hacer; ¿quién podía admitir que no había asistido a una actuación de Salvador Beyle, el genio de la holo-poesía?
De nuevo una diferencia, el mar fue una víctima de la guerra y de la estupidez del hombre; Salvador se apagaba sin ayuda de nadie.
Un sonido extraño captó su atención; a pocos metros de sus pies vio un bulto en el suelo agitándose irregularmente, brillando bajo la luz de la luna. Se acercó para observarlo de cerca; era una gaviota cubierta de una sustancia negra y viscosa, se sacudía abriendo y cerrando el pico en busca de aire.
- Tú sí que estás jodida.
La gaviota giró la cabeza y miró fijamente a Salvador.
- Deberías echarte un vistazo detenidamente, amigo.
Salvador saltó hacia atrás asustado, tropezó y se desplomó en el cemento. La gaviota comenzó a reír hasta que una tos húmeda la detuvo, forzándola a escupir una pequeña masa gelatinosa.
- Genial -comentó el pájaro- ahí va mi pulmón derecho.
- ¿Eres real?-balbuceó Salvador mientras se acercaba gateando.
- Bueno, yo me siento bastante real, aunque en este momento preferiría ser una alucinación.
Sin asimilar todavía lo que estaba ocurriendo, guiado por un impulso, envolvió a la gaviota en su chaqueta y la colocó cuidadosamente en el asiento de su coche eléctrico; estaba excitado como un niño en busca de un tesoro imaginario.
- Tranquila, te llevaré a mi casa.
- Oh, mi príncipe azul.
El pequeño biplaza recorrió la carretera levantando una nube de polvo gris hasta llegar a la Mansión Tsatsos, un hermoso cubo blanco salpicado de ventanales; su anterior dueño, un magnate chipriota de la comunicaciones se había visto obligado a venderla a un precio ridículo cuando su fortuna se volatilizó junto a su país.
Salvador abrió la puerta con cuidado y entró lentamente en la casa, Retha se había quedado dormida frente al televisor; subió las escaleras sin hacer ruido y entró en uno de los aseos del segundo piso con la gaviota envuelta bajo el brazo.
Con delicadeza depositó el bulto junto al lavabo y descubrió su contenido, la cabeza del pájaro quedó colgando de un cuello flácido.
- Mierda, esto no puede ser bueno -gimió Salvador mientras colocaba la cabeza junto al cuerpo.
- No te preocupes -dijo la gaviota con un tono tranquilizador- cuando se está muerto es difícil mantener tensos los músculos del cuello, pero agradezco tu preocupación.
Salvador se sentó en el inodoro, sacó un cigarrillo de mariguana mentolada del bolsillo del pantalón y lo encendió dándole una profunda calada.
- Lo siento mucho, me habría gustado poder hacer algo.
- Tranquilo -respondió el pájaro- no podrías haber hecho nada, tenías razón cuando decías que estaba totalmente jodida… aunque una calada de ese cigarrillo seguro que me sentaría bien.
Salvador acercó el cigarrillo al pico de la gaviota, el pájaro aspiró el humo y lo expulsó con una sonrisa.
En ese momento se oyó la voz de Retha al otro lado de la puerta.
- ¿Salvador? ¿Estás bien?
- Tranquila, cariño; creo que he respirado demasiado aire del mar y me he mareado, se me pasará pronto.
- De acuerdo, voy a acostarme, si te pones mejor hay comida preparada en la cocina.
-Gracias, duerme bien.
Salvador tomó otra calada mientras miraba hacia la puerta, la gaviota lo observó detenidamente.
- Parece una buena mujer.
- Lo es -respondió Salvador mientras expulsaba el humo, sonriente- ahora mismo es lo único bueno que hay en mi vida, se que por muy bajo que caiga ella va a estar siempre conmigo…
Salvador dejó de sonreír y agachó la cabeza, siempre se sentía incómodo al expresar sus sentimientos cuando no estaba encima de un escenario.
- Ya veo, no quieres arrastrarla contigo. ¿Sabes?, cuando te vi en la costa con tu estuche de parches y tu traje de lino blanco me pareciste un imbécil de mucho cuidado, pero creo que no eres un mal tipo.
- Cuando te vi en la costa pensé que eras un despojo de la naturaleza, pero creo que eres una gaviota zombi muy enrollada.
El hombre y el pájaro comenzaron a reír, rieron durante minutos hasta que les dolió la cara y se quedaron sin aire, fumaron cigarrillos de mariguana y hablaron durante horas hasta que comenzó a amanecer.
- Salvador, necesito que me hagas un favor.
- Lo que quieras.
- Estoy empezando a apestar, quiero que me lleves al mar, lo echo de menos.
Salvador envolvió de nuevo a su amiga en la chaqueta y condujo hasta el lugar en el que la había encontrado. Tras despedirse con un nudo en la garganta arrojó el bulto al mar, se sentó en el cemento y observó como se hundía lentamente, dejando tras de sí un racimo de burbujas de colores sintéticos en la superficie del agua.
Era lo más hermoso que había visto nunca.
Thursday, July 20, 2006
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
1 comment:
Te lo digo tio, eres el unico q ve poesia donde solo hay residuos tossicos.
Post a Comment