Sentada sola en la cafetería, la fumadora daba largas caladas a sus cigarros. Sólo fumaba cigarros “Romeo y Julieta”, no porque fuesen mejores que otros o le gustasen especialmente si no por puro capricho; un día, mientras paseaba por el barrio colonial de Santo Domingo, decidió que no fumaría otra cosa.
Así funcionaba la fumadora, el esnobismo era su motor y el capricho su combustible.
Sus relaciones con los hombres se regían por la misma regla de oro. No aceptaba las atenciones de nadie mundano y sólo los pretendientes más extravagantes, insultantes e incluso desagradables podían acercarse a ella. Así, por la vida de la fumadora desfiló un interminable reparto de despropósitos humanos, esperpentos, parodias y peleles cuyo único mérito era carecer del sentido del decoro necesario para no dejarse ver en público.
La fumadora debería haber envejecido hasta convertirse en una anciana extravagante embarcada en una escandalosa relación con un muchacho homosexual con edad como para ser su bisnieto, pero su fulgurante carrera se vio truncada por un efecto secundario -previsible pero trágico- de su política de selección de amantes. Entre ese elenco de inofensivos lunáticos esperaba agazapada una bestia, un loco que no se contentaba con engrosar la lista de antiguos consortes de la reina de la frivolidad. La fumadora se despertó una noche con las manos de su antiguo amante aferradas a su cuello, aplastando su tráquea y convirtiéndola en leyenda.
Monday, October 19, 2009
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment