La piel de la criatura liberaba un
brillo salado bajo la luz de los tres soles. Sus ojos facetados
miraban fijamente al Jinete Orgónico y sus siete bocas comenzaron a
hablar
Cada una con su propia voz.
Cada una emitiendo un único fonema
cada vez.
-Tío ¿No tendrás un sigarrito?
El Jinete Orgónico alzó la mirada
hacia su interlocutor y negó con la cabeza.
-No
-respondió-, no fumo desde que el Neokrishna de Beetelgeuse
extinguió la hierba Ĝoje.
La criatura dejó escapar una fracción
de una risa ahogada a través de cada una de sus bocas.
-Sí, tío, qué putada ¿No?
El Jinete Orgónico asintió y bajó de
nuevo la cabeza para permitir que su salacot protegiera de nuevo sus
ojos de la luz, dando a entender que la conversación había
terminado.
-¿Y algo de suelto para el astrobús?
-dijeron las bocas- Es que me he quedao tirao y tengo que arreglar
unos papeles en Epsilon Eridani. Te hago un ingreso en cuanto llegue,
de verdad.
El Jinete Orgónico cerró los ojos y
respiró profundamente. Esta iba a ser una reencarnación de mierda.
Wednesday, January 23, 2019
Wednesday, July 15, 2015
2015: Mundo Asimov
-Tienen que estar a punto de llamarte para preguntarte sobre la instalación -dijo el técnico sin levantar la vista de su ordenador portátil, en cuya pantalla oscilaban las pruebas de medición de velocidad de la transmisión de datos.
El teléfono móvil de Borja comenzó a sonar, convirtiendo las palabras del técnico en la profecía más precisa de la historia. Borja deslizó el dedo por la pantalla del teléfono para responder a la llamada y una voz femenina comenzó a hablar.
-Bienvenido al servicio de atención al cliente de Ono -recitó la voz, no del todo humana en sus inflexiones- ¿Está satisfecho con la instalación y funcionamiento del servicio? Por favor, responda "sí" o "no" a la pregunta.
-Sí -respondió.
-Gracias por usar el servicio de fibra óptica de Ono -replicó la voz como despedida.
-Pues era sólo eso -comentó Borja encogiéndose de hombros.
-Te llamó la máquina ¿no? -preguntó el técnico.
-Sí.
-Bueno, dentro de unos días te volverá a llamar una persona.
El teléfono móvil de Borja comenzó a sonar, convirtiendo las palabras del técnico en la profecía más precisa de la historia. Borja deslizó el dedo por la pantalla del teléfono para responder a la llamada y una voz femenina comenzó a hablar.
-Bienvenido al servicio de atención al cliente de Ono -recitó la voz, no del todo humana en sus inflexiones- ¿Está satisfecho con la instalación y funcionamiento del servicio? Por favor, responda "sí" o "no" a la pregunta.
-Sí -respondió.
-Gracias por usar el servicio de fibra óptica de Ono -replicó la voz como despedida.
-Pues era sólo eso -comentó Borja encogiéndose de hombros.
-Te llamó la máquina ¿no? -preguntó el técnico.
-Sí.
-Bueno, dentro de unos días te volverá a llamar una persona.
Friday, March 07, 2014
Receso
Resulta curioso pensar que mi primer asalto a la blogosfera fuese con el presente blog, sobre todo porque Internet parece ser el peor medio posible para la difusión de relatos por cortos que éstos sean. Pero como a cabezón no me gana nadie he conseguido mediar ocho años y más de cuarenta entradas entre el primero y el que, por ahora, será el último relato que publique aquí.
Estos cuarenta y pico relatos -o episodios de "Titán en la estación de lluvias"- son la niña de mis ojos y ha sido un placer compartirlos con ustedes, pero ha llegado el momento de hacer una pausa de duración indeterminada. El principal motivo por el que dejaré aparcado este blog por una temporada más larga que de costumbre es que me gustaría tomarme más en serio la participación en concursos y por desgracia uno de los requisitos suele ser que las obras presentadas sean completamente inéditas.
Así pues, a los que me han leído muchas gracias y a los que no... Pues ustedes se lo han perdido. Hasta la próxima.
Estos cuarenta y pico relatos -o episodios de "Titán en la estación de lluvias"- son la niña de mis ojos y ha sido un placer compartirlos con ustedes, pero ha llegado el momento de hacer una pausa de duración indeterminada. El principal motivo por el que dejaré aparcado este blog por una temporada más larga que de costumbre es que me gustaría tomarme más en serio la participación en concursos y por desgracia uno de los requisitos suele ser que las obras presentadas sean completamente inéditas.
Así pues, a los que me han leído muchas gracias y a los que no... Pues ustedes se lo han perdido. Hasta la próxima.
Friday, February 07, 2014
Titán en la estación de lluvias - Índice
- Prólogo
- El Consorcio Solar de Transportes les desea un feliz viaje
- Cena rehidratada para uno
- Zhitel Kosmosa
- El sol de Marte
- Gulash
- Los restos del naufragio
- Día de compras en la Arcología Gran Romania
- Cita en Constanza
- Vacaciones
- Tartaglia Facula
- A la deriva
- Agua y oxígeno
- Mejores lugares en los que estar
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Titán en la estación de lluvias
Titán en la estación de lluvias - Mejores lugares en los que estar
Sentada en el borde de la cama con las rodillas pegadas al pecho, Mirjam parecía una exótica ave de otro mundo. Su perfil anguloso cortaba suavemente la maraña de serigrafías que decoraban la pared y las escamas de carbono que formaban su cabellera cambiaban caprichosamente de color bajo la luz que se filtraba a través de las cortinas mientras decoraba con cuidado las uñas de sus pies. Christian deslizó su dedo índice sobre la piel de su espalda siguiendo el diseño geométrico de los implantes subdérmicos que, bajo la luz negra, dibujaban patrones sinuosos que complementaban los movimientos sugerentes y serpenteantes de Mirjam cuando bailaba sobre la plataforma del club Fluturi.
-Vas a conseguir que me pinte todo el pie –susurró.
-Si no tuvieses una piel tan suave no estaría tocándote todo el día –Christian acercó su cuerpo al de Mirjam, desplazando las manos hacia su vientre mientras hundía la cara en su melena sintética en busca de su cuello. Mirjam soltó una carcajada mientras se incorporaba de un salto antes de dejarse caer sobre él.
-¿Seguro? –Preguntó desde su posición, sentada sobre el pecho de Christian- lo que yo creo es que eres un viejo verde y que tendría que cortarte las manos para que me dejaras en paz.
-Eres tú la que casi se me sienta en la cara.
Christian deslizó las manos a lo largo del cuerpo de Mirjam desde las caderas, ascendiendo lentamente hacia su pecho; ella sonrió y le observó ladeando levemente la cabeza, como si no estuviese segura de qué hacer con su presa.
-No tengo tiempo para esto –exclamó mientras rodaba hacia el borde de la cama. Se incorporó de un salto, miró hacia sus pies y dejó escapar un quejido antes de empezar a rebuscar entre las cajas amontonadas en una de las esquinas de la ruinosa habitación.
-¿Esperas encontrar algo en ese desastre?
-No te pases de listo –bufó Mirjam-, por tu culpa voy a tener que llevar zapatos cerrados.
-¿Sabías que en Titán no está permitido llevar calzado abierto en las zonas comunes?
Mirjam detuvo su búsqueda y miró a Christian como si hubiese blasfemado contra todos sus dioses.
-Política sanitaria –dijo él encogiéndose de hombros.
Unos minutos más tarde Mirjam estaba vestida y dispuesta para marcharse pero, a pesar de tener prisa, se detuvo un instante mientras Christian la observaba. Le gustaba la expresión de sus ojos, como si hubiese descendido por primera vez a las simas de Europa para ser testigo de la danza de los pólipos fosforescentes. Apoyó sus manos en la cintura y desplazó su peso a su cadera derecha, haciendo que la luz jugase con el tejido sintético de su vestido.
-¿Tienes planes para hoy? Faltan dos de las chicas así que el ensayo va a ser corto.
Christian sonrió. El pitido de su dispositivo de comunicaciones interrumpió su respuesta.
-Un momento –Christian se inclinó sobre los bloques de poliestireno que hacían de mesa de noche y arrastró los dedos sobre la pantalla para acceder al mensaje. La sonrisa se borró de su cara-. Lo de esta tía no tiene nombre.
Christian intentó leer durante su trayecto hacia Pitesti, pero no era capaz de concentrarse. Las cosas que podría estar haciendo –como disfrutar de una cerveza junto al río, pasear por el Jardín Botánico o zambullirse entre las piernas de Mirjam- goteaban sobre su coronilla como una tortura que se había convertido en su compañera de viaje en un autobús que le llevaba en dirección a un lugar en el que no quería estar, rumbo a un encuentro con una persona a la que había decidido no volver a ver. Una vez en Pitesti atravesó la ciudad maquinalmente, entró en la Universidad y caminó con rumbo fijo hacia el despacho de Marta, tenso ante la posibilidad de encontrarse con alguien que conociese. Su relación con los amigos de Marta siempre había resultado incómoda al no haber conseguido nunca llegar a conectar del todo con ellos, pero que sus compañeros de trabajo habían tratado con él obligados por un sentido de lo socialmente convencional era evidente. Aunque no era algo que les reprochase o que no fuese recíproco, ya que tan solo coincidían en las ocasiones en las que visitaba la Tierra en alguna celebración de la Universidad o los eventos culturales en Pitesti o Bucarest a los que era arrastrado ocasionalmente por Marta, no tenía prisa por averiguar en qué se había convertido la obligación de hablar de obviedades ahora que se encontraba a una firma del divorcio con su compañera de trabajo.
Abrió la puerta del despacho de Marta sin esperar a recibir contestación a su llamada. La sorpresa fue visible en su cara apenas un segundo, sustituida rápidamente por la expresión severa que había adoptado cada vez más a menudo con el paso de los años.
-Podría haber estado reunida.
No obtuvo respuesta y Christian se limitó a cerrar la puerta tras de sí, analizando el despacho con la mirada mientras buscaba cambios desde la última vez que había estado allí sin saber por qué. Como si fuese una de las recepcionistas robóticas que asistían al público en las oficinas de las corporaciones japonesas, Marta cogió un lector de documentos que reposaba solitario sobre su mesa y lo extendió hacia Christian.
-Los documentos. Puedes revisarlos si quieres.
-Tranquila, no hace falta que te levantes –dijo Christian mientras recorría la distancia que separaba la mesa de la puerta.
-No me montes un numerito pasivo-agresivo, Christian.
-La que ha montado un numerito cojonudo eres tú al hacerme venir aquí, podría haber firmado esto desde cualquier parte ¿Tenías miedo de que dejase el planeta estando aun casados o qué?
Marta no respondió, limitándose a levantarse de la silla y alisar de forma compulsiva las arrugas de su traje. Christian la conocía bien, sabía que era así como se comportaba cuando se sentía expuesta y comprendió que su comentario, aun siendo un ataque a ciegas, había dado en el clavo. Hasta ese momento había supuesto que su presencia allí obedecía a un capricho, que Marta había decidido divertirse a su costa como si se tratase de una niña aburrida y cruel. Ahora se daba cuenta de que estaba equivocado, aunque le habría gustado no estarlo. En ese momento se había hecho evidente el abismo que se había formado entre ellos; el tiempo y el espacio los habían erosionado deformándolos, convirtiéndolos en personas que ya no tenían nada que ver con quienes, años atrás, creyeron que eran perfectos el uno para el otro. Decidido a acortar el trámite Christian revisó las páginas del documento con rapidez, lo que resultó fácil debido a lo aburrido y estandarizado del documento, idéntico a los miles de acuerdos de divorcio que miles de personas estarían leyendo o redactando en aquel mismo instante.
-No sé –Marta pareció encontrar por fin una respuesta-, me pareció que algo como esto era mejor hacerlo... –Se detuvo antes de terminar la frase. Christian alzó la vista, su casi exmujer le miraba como si hubiese olvidado quién era él, o incluso ella misma- ¿Tienes purpurina en la cara?
-Es probable –Christian se esforzó lo suficiente para no sonreír y volvió a fijar su atención en el lector. El somero aseo al que se había sometido antes de tomar el autobús no había sido suficiente para borrar las huellas de la última noche con Mirjam.
Un silencio sólido ocupó el resto del tiempo que Christian requirió para revisar el acuerdo hasta que finalmente acercó su pasaporte al dispositivo, grabando su firma digital en el documento.
-No sé qué despedida es la más apropiada en estas situaciones –dijo extendiendo el lector de documentos hacia su exmujer, que le miraba aturdida.
Unos minutos más tarde el amargor de su primera cerveza como hombre divorciado se mezclaba con el sabor de un cigarrillo de THC mientras descansaba en el césped frente a la cafetería de la facultad. Cerca de él, un grupo de estudiantes repasaba apuntes en sus ordenadores y lectores de datos. Podía leer en sus caras el nerviosismo debido a la proximidad de los exámenes de recuperación, a los amenazantes límites de entrega de trabajos, a los problemas irresolubles en proyectos que dormirían para siempre en los discos duros del CPD de la universidad y que nadie volvería a ejecutar jamás. Sintió el impulso de correr hacia ellos y tranquilizarlos. “No os preocupéis”, les diría, “Todo esto pasará, y dentro de unos años ni siquiera recordaréis lo que habéis memorizado para los exámenes de mañana”. Les recordaría que el tiempo pasa para todos y que no se es veinteañero eternamente y ellos le mirarían incrédulos, preguntándose de dónde había salido ese despojo con la mejilla cubierta por la purpurina de los muslos de una go-go. En lugar de eso devolvió su atención al cigarrillo mientras una carcajada comenzaba a escapar de su interior ¿Era inusualmente fuerte o lo que sentía era una retroalimentación de todo lo que había consumido durante los últimos días? Pensó que tal vez no fuese nada de aquello o que fuese la suma de todo. No tenía manera de saberlo, por lo que simplemente se hundió en la hierba con la mirada fija en el cielo azul y despejado de la Tierra mientras sonreía como un idiota.
-Vas a conseguir que me pinte todo el pie –susurró.
-Si no tuvieses una piel tan suave no estaría tocándote todo el día –Christian acercó su cuerpo al de Mirjam, desplazando las manos hacia su vientre mientras hundía la cara en su melena sintética en busca de su cuello. Mirjam soltó una carcajada mientras se incorporaba de un salto antes de dejarse caer sobre él.
-¿Seguro? –Preguntó desde su posición, sentada sobre el pecho de Christian- lo que yo creo es que eres un viejo verde y que tendría que cortarte las manos para que me dejaras en paz.
-Eres tú la que casi se me sienta en la cara.
Christian deslizó las manos a lo largo del cuerpo de Mirjam desde las caderas, ascendiendo lentamente hacia su pecho; ella sonrió y le observó ladeando levemente la cabeza, como si no estuviese segura de qué hacer con su presa.
-No tengo tiempo para esto –exclamó mientras rodaba hacia el borde de la cama. Se incorporó de un salto, miró hacia sus pies y dejó escapar un quejido antes de empezar a rebuscar entre las cajas amontonadas en una de las esquinas de la ruinosa habitación.
-¿Esperas encontrar algo en ese desastre?
-No te pases de listo –bufó Mirjam-, por tu culpa voy a tener que llevar zapatos cerrados.
-¿Sabías que en Titán no está permitido llevar calzado abierto en las zonas comunes?
Mirjam detuvo su búsqueda y miró a Christian como si hubiese blasfemado contra todos sus dioses.
-Política sanitaria –dijo él encogiéndose de hombros.
Unos minutos más tarde Mirjam estaba vestida y dispuesta para marcharse pero, a pesar de tener prisa, se detuvo un instante mientras Christian la observaba. Le gustaba la expresión de sus ojos, como si hubiese descendido por primera vez a las simas de Europa para ser testigo de la danza de los pólipos fosforescentes. Apoyó sus manos en la cintura y desplazó su peso a su cadera derecha, haciendo que la luz jugase con el tejido sintético de su vestido.
-¿Tienes planes para hoy? Faltan dos de las chicas así que el ensayo va a ser corto.
Christian sonrió. El pitido de su dispositivo de comunicaciones interrumpió su respuesta.
-Un momento –Christian se inclinó sobre los bloques de poliestireno que hacían de mesa de noche y arrastró los dedos sobre la pantalla para acceder al mensaje. La sonrisa se borró de su cara-. Lo de esta tía no tiene nombre.
***
Christian intentó leer durante su trayecto hacia Pitesti, pero no era capaz de concentrarse. Las cosas que podría estar haciendo –como disfrutar de una cerveza junto al río, pasear por el Jardín Botánico o zambullirse entre las piernas de Mirjam- goteaban sobre su coronilla como una tortura que se había convertido en su compañera de viaje en un autobús que le llevaba en dirección a un lugar en el que no quería estar, rumbo a un encuentro con una persona a la que había decidido no volver a ver. Una vez en Pitesti atravesó la ciudad maquinalmente, entró en la Universidad y caminó con rumbo fijo hacia el despacho de Marta, tenso ante la posibilidad de encontrarse con alguien que conociese. Su relación con los amigos de Marta siempre había resultado incómoda al no haber conseguido nunca llegar a conectar del todo con ellos, pero que sus compañeros de trabajo habían tratado con él obligados por un sentido de lo socialmente convencional era evidente. Aunque no era algo que les reprochase o que no fuese recíproco, ya que tan solo coincidían en las ocasiones en las que visitaba la Tierra en alguna celebración de la Universidad o los eventos culturales en Pitesti o Bucarest a los que era arrastrado ocasionalmente por Marta, no tenía prisa por averiguar en qué se había convertido la obligación de hablar de obviedades ahora que se encontraba a una firma del divorcio con su compañera de trabajo.
Abrió la puerta del despacho de Marta sin esperar a recibir contestación a su llamada. La sorpresa fue visible en su cara apenas un segundo, sustituida rápidamente por la expresión severa que había adoptado cada vez más a menudo con el paso de los años.
-Podría haber estado reunida.
No obtuvo respuesta y Christian se limitó a cerrar la puerta tras de sí, analizando el despacho con la mirada mientras buscaba cambios desde la última vez que había estado allí sin saber por qué. Como si fuese una de las recepcionistas robóticas que asistían al público en las oficinas de las corporaciones japonesas, Marta cogió un lector de documentos que reposaba solitario sobre su mesa y lo extendió hacia Christian.
-Los documentos. Puedes revisarlos si quieres.
-Tranquila, no hace falta que te levantes –dijo Christian mientras recorría la distancia que separaba la mesa de la puerta.
-No me montes un numerito pasivo-agresivo, Christian.
-La que ha montado un numerito cojonudo eres tú al hacerme venir aquí, podría haber firmado esto desde cualquier parte ¿Tenías miedo de que dejase el planeta estando aun casados o qué?
Marta no respondió, limitándose a levantarse de la silla y alisar de forma compulsiva las arrugas de su traje. Christian la conocía bien, sabía que era así como se comportaba cuando se sentía expuesta y comprendió que su comentario, aun siendo un ataque a ciegas, había dado en el clavo. Hasta ese momento había supuesto que su presencia allí obedecía a un capricho, que Marta había decidido divertirse a su costa como si se tratase de una niña aburrida y cruel. Ahora se daba cuenta de que estaba equivocado, aunque le habría gustado no estarlo. En ese momento se había hecho evidente el abismo que se había formado entre ellos; el tiempo y el espacio los habían erosionado deformándolos, convirtiéndolos en personas que ya no tenían nada que ver con quienes, años atrás, creyeron que eran perfectos el uno para el otro. Decidido a acortar el trámite Christian revisó las páginas del documento con rapidez, lo que resultó fácil debido a lo aburrido y estandarizado del documento, idéntico a los miles de acuerdos de divorcio que miles de personas estarían leyendo o redactando en aquel mismo instante.
-No sé –Marta pareció encontrar por fin una respuesta-, me pareció que algo como esto era mejor hacerlo... –Se detuvo antes de terminar la frase. Christian alzó la vista, su casi exmujer le miraba como si hubiese olvidado quién era él, o incluso ella misma- ¿Tienes purpurina en la cara?
-Es probable –Christian se esforzó lo suficiente para no sonreír y volvió a fijar su atención en el lector. El somero aseo al que se había sometido antes de tomar el autobús no había sido suficiente para borrar las huellas de la última noche con Mirjam.
Un silencio sólido ocupó el resto del tiempo que Christian requirió para revisar el acuerdo hasta que finalmente acercó su pasaporte al dispositivo, grabando su firma digital en el documento.
-No sé qué despedida es la más apropiada en estas situaciones –dijo extendiendo el lector de documentos hacia su exmujer, que le miraba aturdida.
***
Unos minutos más tarde el amargor de su primera cerveza como hombre divorciado se mezclaba con el sabor de un cigarrillo de THC mientras descansaba en el césped frente a la cafetería de la facultad. Cerca de él, un grupo de estudiantes repasaba apuntes en sus ordenadores y lectores de datos. Podía leer en sus caras el nerviosismo debido a la proximidad de los exámenes de recuperación, a los amenazantes límites de entrega de trabajos, a los problemas irresolubles en proyectos que dormirían para siempre en los discos duros del CPD de la universidad y que nadie volvería a ejecutar jamás. Sintió el impulso de correr hacia ellos y tranquilizarlos. “No os preocupéis”, les diría, “Todo esto pasará, y dentro de unos años ni siquiera recordaréis lo que habéis memorizado para los exámenes de mañana”. Les recordaría que el tiempo pasa para todos y que no se es veinteañero eternamente y ellos le mirarían incrédulos, preguntándose de dónde había salido ese despojo con la mejilla cubierta por la purpurina de los muslos de una go-go. En lugar de eso devolvió su atención al cigarrillo mientras una carcajada comenzaba a escapar de su interior ¿Era inusualmente fuerte o lo que sentía era una retroalimentación de todo lo que había consumido durante los últimos días? Pensó que tal vez no fuese nada de aquello o que fuese la suma de todo. No tenía manera de saberlo, por lo que simplemente se hundió en la hierba con la mirada fija en el cielo azul y despejado de la Tierra mientras sonreía como un idiota.
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Titán en la estación de lluvias
Sunday, May 19, 2013
Titán en la estación de lluvias - Agua y oxígeno
Una sensación de calma ganaba terreno en el interior de Carles mientras observaba el exterior a través de la cúpula del espaciopuerto. Se sentía atrapado por la belleza del Sol, que comenzaba a asomar más allá de la turbulenta danza que se desarrollaba en la superficie de Saturno y cuya distante pero diáfana luz se reflejaba en los campos de hielo haciendo que el horizonte brillase como un mar de cobalto. Durante los últimos meses había sentido cómo su vida se arrastraba penosa, agónicamente, haciendo que el tiempo transcurriese con una lentitud que rozaba la apraxia, pero el resplandor blanco de Encélado entraba ahora por sus ojos arrastrando sus pensamientos retorcidos y bituminosos hacia el olvido.
Una voz a su espalda llamó su atención y se volvió para observar cómo la encarnación de todos los clichés relativos a los colonos de Encélado caminaba en su dirección mientras sonreía mostrando una hilera perfectamente ordenada de dientes que parecían intentar imitar el brillo de la superficie del satélite. Carles no habría podido asegurar cual era el color de su pelo o si este mostraba un único un color, la forma de su peinado parecía desafiar el fluir natural del pelo humano y lucía un bronceado intenso que contrastaba con lo luminoso de su cabello y su dentadura.
-Carles Ruiz ¿me equivoco?-dijo el hombre con una voz megafónica sin dejar de sonreír mientras estrechaba su mano con la fuerza de una pinza robótica- Bienvenido a Sileno. Soy Harald Riordan, Recursos Humanos, me encargaré de acomodarte en la colonia. No te importa que te tutee ¿verdad?
-No, claro-respondió Carles levemente aturdido por el asalto sensorial que había supuesto la presentación de Harald mientras intentaba librarse de su apretón de manos de la manera más honrosa posible.
-Tu equipaje ya está de camino –continuó Harald sin dejar de sonreír mientras señalaba la puerta de salida con un gesto de la cabeza-, si te parece bien podemos dar un paseo hasta el complejo habitacional para que te vayas familiarizando con esto.
En su recorrido Carles observó la arquitectura geodésica del lugar, dominada por pasillos caprichosamente curvos, espacios diáfanos, inmensas cúpulas y paredes irregulares de cristal que le transmitieron la sensación de estar explorando un refugio excavado en el hielo. Los paneles informativos flotaban en el aire emitiendo una combinación de publicidad corporativa, instrucción cívica y secuencias infográficas que reflejaban una devoción religiosa por el agua y el oxígeno y ejercían un efecto hipnótico en Carles, que apenas era ya capaz de escuchar el parloteo incesante de Harald.
-En Encélado –susurraba uno de los paneles mientras mostraba la imagen de una joven de belleza etérea vertiendo un ánfora de moléculas de oxígeno- trabajamos con la vida.
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Titán en la estación de lluvias
Sunday, February 17, 2013
Titán en la estación de lluvias - A la deriva
Christian observaba la humedad condensarse en forma de pequeñas gotas de agua que se deslizaban en el exterior de su vaso mientras maldecía la suerte que le había llevado a acabar en el grupo más aburrido de toda la fiesta. A su espalda oía las carcajadas de su mujer mezclada con las risas de los que habían bebido más de la cuenta o al menos lo bastante como para divertirse de verdad. En una esquina cercana de la jaima se encontraba el grupo de los colocados, quienes disfrutaban de otros mundos envueltos en una nube de humo. Pensó en lo mucho que le gustaría arrastrarse hacia uno de esos cojines y hartarse de lo que fuera que estuvieran fumando, pero la combinación que formarían Marta, Isabel y él mismo con la lengua suelta sólo podía acabar en tragedia.
Tomó un trago de la cerveza insípida que parecía ser la única disponible en la zona y devolvió su atención a lo que había comenzado como una conversación sobre política y que poco a poco se había convertido en un monólogo. El no tan improvisado ponente era, al parecer, una eminencia en el campo de la socio-economía que recientemente había regresado de un viaje por el Sistema Solar con un fardo de ideas revolucionarias acerca de la organización económica y social de las colonias. Su público parecía encantado de escuchar lo que querían oír y tantas veces habían escuchado con anterioridad y Christian se sintió abrumado ante lo inmensa que era la lista de lugares en los que preferiría estar. Por suerte para él la ausencia de Isabel en los tres grupos le daba la excusa perfecta para escabullirse.
Isabel cerró los ojos y dejó que sus demás sentidos se saturasen del lugar que la rodeaba. La presión sobre sus pies a medida que éstos se hundían en la arena húmeda y la caricia de las olas en sus tobillos. El viento frío y salado que mezclaba el rumor del oleaje con las voces de la jaima y el sabor del mar en el paladar como si acabase de beber su agua. Abrió los ojos de nuevo y observó las luces parpadeantes de las colonias en la parte no iluminada de la Luna saludándola desde miles de kilómetros de distancia y se vio invadida por un amor incontenible por el lugar libre y maravilloso en el que se encontraba, un lugar que no había sido construido para ella. Ella había sido creada para él.
-Vas a coger frío - La voz de Christian llegaba desde algún lugar a su espalda, Isabel se dio la vuelta y vio su silueta acercándose desde las escaleras que descendían desde el restaurante hasta la playa-, y el primer catarro que coges en este planeta te deja para el arrastre.
-Creía que aquí siempre hacía calor.
-Bueno, si lo comparas con Titán es un horno, pero de noche siempre refresca.
Christian extendió su brazo. En la mano llevaba la única chaqueta que Isabel había metido en su equipaje.
-¿Has venido sólo para traerme la chaqueta?
-Esta noche prefiero no perderte de vista.
La severidad que adoptó el tono de voz de Christian sorprendió a Marta. La velocidad a la que se habían sucedido los cambios en su vida a lo largo de los últimos meses hacía que, en muchos aspectos, siguiese pensando como si nada hubiese ocurrido. Durante toda la noche se había comportado como hacían en Titán delante de sus conocidos y compañeros de trabajo. Tal vez esperaba que Christian hubiese bajado para besarla como hacía cuando estaban a solas en la colonia mientras Carles trabajaba en el exterior pero en lugar de su abrazo cálido sintió el aire húmedo de la costa adentrarse en sus huesos y la caricia fría del mar al retirarse, dejando al descubierto sus tobillos sucios de arena mojada.
-Carles y yo nos hemos divorciado.
-Lo suponía.
-Me había perdonado, pero yo no podía seguir. Pensé que podía pero no fui capaz.
-Lo normal habría sido que él hubiese pedido el divorcio -Christian sacó otro cigarrillo de su bolsillo y, mientras lo encendía, pensó que si su vida seguía complicándose acabaría por desarrollar cáncer de pulmón.
-Sí, habría sido lo normal, de hecho es lo que esperaba. No sé, puede que esperase un castigo por su parte y en vez de eso simplemente fingió que no había pasado.
Christian pensó en qué decir a continuación. La palabra “castigo” había conseguido que todos los temores que le habían visitado desde que había visto a Isabel en la terraza del restaurante se agolpasen ahora en una competición por ser el primero en pulsar el botón del pánico. Isabel interrumpió la terrible carrera que había comenzado en la cabeza de Christian con las únicas palabras que podían tranquilizarle en ese momento.
-No te preocupes, no estoy aquí para destrozar más vidas.
-¿Sabes? No me gusta que me conozcas tan bien.
-Eso no solía molestarte.
El tono de su voz había adquirido un matiz insinuante, aunque continuaba siendo triste. Christian observó a Isabel. Hacía mucho desde la última vez que se había parado a observarla detenidamente. Era la antítesis de Marta, pequeña, sin ángulos rectos. Su cara estaba enmarcada en una cascada de cabello negro, liso y brillante y tenía forma ovalada. Sus ojos eran inmensos y negros. Transmitía una sensación extraña, era una combinación inexplicable de mujer maternal y niña indefensa.
-Creo que eres la mujer a la que más he querido en toda mi vida.
Las palabras escaparon de algún rincón desconocido en el interior de Christian mientras ofrecía de nuevo la chaqueta a Isabel. Ni siquiera él sabía que estaban ahí, pero habían cobrado vida propia y se vio incapaz de retenerlas en su interior. Isabel se volvió hacia él, tenía en sus ojos la misma mirada infinitamente triste que tenía cuando las cosas se estropearon irremisiblemente en Titán.
-Pero ya no ¿Verdad? –susurró reprimiendo un sollozo.
Tomó un trago de la cerveza insípida que parecía ser la única disponible en la zona y devolvió su atención a lo que había comenzado como una conversación sobre política y que poco a poco se había convertido en un monólogo. El no tan improvisado ponente era, al parecer, una eminencia en el campo de la socio-economía que recientemente había regresado de un viaje por el Sistema Solar con un fardo de ideas revolucionarias acerca de la organización económica y social de las colonias. Su público parecía encantado de escuchar lo que querían oír y tantas veces habían escuchado con anterioridad y Christian se sintió abrumado ante lo inmensa que era la lista de lugares en los que preferiría estar. Por suerte para él la ausencia de Isabel en los tres grupos le daba la excusa perfecta para escabullirse.
***
Isabel cerró los ojos y dejó que sus demás sentidos se saturasen del lugar que la rodeaba. La presión sobre sus pies a medida que éstos se hundían en la arena húmeda y la caricia de las olas en sus tobillos. El viento frío y salado que mezclaba el rumor del oleaje con las voces de la jaima y el sabor del mar en el paladar como si acabase de beber su agua. Abrió los ojos de nuevo y observó las luces parpadeantes de las colonias en la parte no iluminada de la Luna saludándola desde miles de kilómetros de distancia y se vio invadida por un amor incontenible por el lugar libre y maravilloso en el que se encontraba, un lugar que no había sido construido para ella. Ella había sido creada para él.
-Vas a coger frío - La voz de Christian llegaba desde algún lugar a su espalda, Isabel se dio la vuelta y vio su silueta acercándose desde las escaleras que descendían desde el restaurante hasta la playa-, y el primer catarro que coges en este planeta te deja para el arrastre.
-Creía que aquí siempre hacía calor.
-Bueno, si lo comparas con Titán es un horno, pero de noche siempre refresca.
Christian extendió su brazo. En la mano llevaba la única chaqueta que Isabel había metido en su equipaje.
-¿Has venido sólo para traerme la chaqueta?
-Esta noche prefiero no perderte de vista.
La severidad que adoptó el tono de voz de Christian sorprendió a Marta. La velocidad a la que se habían sucedido los cambios en su vida a lo largo de los últimos meses hacía que, en muchos aspectos, siguiese pensando como si nada hubiese ocurrido. Durante toda la noche se había comportado como hacían en Titán delante de sus conocidos y compañeros de trabajo. Tal vez esperaba que Christian hubiese bajado para besarla como hacía cuando estaban a solas en la colonia mientras Carles trabajaba en el exterior pero en lugar de su abrazo cálido sintió el aire húmedo de la costa adentrarse en sus huesos y la caricia fría del mar al retirarse, dejando al descubierto sus tobillos sucios de arena mojada.
-Carles y yo nos hemos divorciado.
-Lo suponía.
-Me había perdonado, pero yo no podía seguir. Pensé que podía pero no fui capaz.
-Lo normal habría sido que él hubiese pedido el divorcio -Christian sacó otro cigarrillo de su bolsillo y, mientras lo encendía, pensó que si su vida seguía complicándose acabaría por desarrollar cáncer de pulmón.
-Sí, habría sido lo normal, de hecho es lo que esperaba. No sé, puede que esperase un castigo por su parte y en vez de eso simplemente fingió que no había pasado.
Christian pensó en qué decir a continuación. La palabra “castigo” había conseguido que todos los temores que le habían visitado desde que había visto a Isabel en la terraza del restaurante se agolpasen ahora en una competición por ser el primero en pulsar el botón del pánico. Isabel interrumpió la terrible carrera que había comenzado en la cabeza de Christian con las únicas palabras que podían tranquilizarle en ese momento.
-No te preocupes, no estoy aquí para destrozar más vidas.
-¿Sabes? No me gusta que me conozcas tan bien.
-Eso no solía molestarte.
El tono de su voz había adquirido un matiz insinuante, aunque continuaba siendo triste. Christian observó a Isabel. Hacía mucho desde la última vez que se había parado a observarla detenidamente. Era la antítesis de Marta, pequeña, sin ángulos rectos. Su cara estaba enmarcada en una cascada de cabello negro, liso y brillante y tenía forma ovalada. Sus ojos eran inmensos y negros. Transmitía una sensación extraña, era una combinación inexplicable de mujer maternal y niña indefensa.
-Creo que eres la mujer a la que más he querido en toda mi vida.
Las palabras escaparon de algún rincón desconocido en el interior de Christian mientras ofrecía de nuevo la chaqueta a Isabel. Ni siquiera él sabía que estaban ahí, pero habían cobrado vida propia y se vio incapaz de retenerlas en su interior. Isabel se volvió hacia él, tenía en sus ojos la misma mirada infinitamente triste que tenía cuando las cosas se estropearon irremisiblemente en Titán.
-Pero ya no ¿Verdad? –susurró reprimiendo un sollozo.
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Titán en la estación de lluvias
Wednesday, June 06, 2012
Descanse en paz
Don't think. Thinking is the enemy of creativity. It's self-conscious, and anything self-conscious is lousy. You can't try to do things. You simply must do things.
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Ray Bradbury
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